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domingo, 9 de junio de 2024

VIAJERO SILENTE - PARTE VI - EL VATICANO

 

PARTE SEIS





EL VATICANO

 

Frente a la basílica de San Pedro, siento la presencia de millones de personas que han estado en este mismo lugar y, probablemente, tuvieron la misma sensación de perderse ante la imponente sede de la capital del mundo cristiano. Me siento rodeado por pesados vientos del pasado no dejo de pensar ¿Adónde se fueron todas estas personas y qué fue de sus pensamientos?

Es temprano, pero, ya hay una larga fila que circunda la enorme plaza, así que, después de las clásicas fotos nos ponemos en la fila. Nubes negras comienzan a pastar en el cielo del Vaticano; en eso, caen las primeras gotas de lluvia que nos aligera la espera. Nos entretenemos mirando los variados tipos de personas que están a nuestro lado y los que pasan apurados. Un grupo de asiáticos muy occidentalizados conversan, cada vez, con menos ceremonia; jóvenes europeos se mueven, gesticulan y ríen con toda la juventud plena; parejas de esposos con bebés y sus carritos; muchas, muchas personas que rebasan las siete décadas conversan y no dejan de admirar la basílica; los turbantes y saris de brillantes colores dan un colorido destellante; mi color canelito le da el toque de gusto y sabor a este carrusel de razas y pretensiones. La plaza circular crea una burbuja de tiempos y sensaciones, las baldosas del piso parecen cantar en coro, giran como un disco de 45 rpm con todas las personas sobre ellas, alistándose para ingresar a la primera iglesia que se construyó, después, del martirio de San Pedro. Mientras, en lo alto de la basílica, con esa serenidad arcana, nos observan las estatuas de los once apóstoles (menos San Pedro), más atrás, surge la notable bóveda. La fila es para comprar los boletos de ingreso, nos programan para dentro de tres horas.



Vannia ya tenía calculado ese margen de tiempo, así que, nos vamos a la espalda de la basílica, a la residencia y jardines del papa. Mientras, escuchamos la exposición de la guía pasa un helicóptero blanco, es la movilidad del papa. Paseamos por los preciosos jardines e ingresamos a los fabulosos museos con tesoros y reliquias de valor incalculable. Pasear entre tantos famosos cuadros, pinturas, frescos, tapices, jarrones y esculturas me hace sentir que soy una pieza muy cotizada. Hasta aquí, todo bien, espectacular cuando ingresamos a la Capilla Sixtina, ya nada fue igual para mí, a pesar de mi poco criterio para valorar las obras de arte, contemplar el trabajo de poco más de cuatro años de Miguel Ángel en pintar los frescos de la Capilla Sixtina en un techo curvo, sin ayudantes es excepcional. Una convergencia iconográfica que deslumbra a toda alma que tiene la suerte de contemplar tan bella obra, letrada o no, porque, el arte genera particulares emociones y su belleza radica en los diferentes puntos de vista. Tenía cargada a Morgana, porque, la cantidad de personas hace que estemos muy juntas y por su tamaño ella no veía nada. Entre breves empujones fuimos llegando hasta estar debajo del fresco que simboliza la creación del primer hombre. Adán. Casi, dejo a un lado a Morgana por admirar la obra que había visto en innumerables figuritas, fotos, películas. Otra cosa es estar debajo de ella, donde estuvo el andamio que el mismo Miguel Ángel diseñó y que a palabras suyas decía que de tanto estar echado para pintar tenía los lomos dentro de sus tripas. Me salió la del profesor y fui explicando a Morgana cada fresco, las escenas del Antiguo Testamento, la creación del mundo, Adán y Eva, el pecado original, Noé y su ebriedad. Por momentos, un triángulo de luz, color y pasión nos atrapó a la obra, Morgana y yo, fue un eterno momento que guardo en uno de los portales de mi multiverso.




Salimos rápido para ir a la basílica. Nada más ingresar me quedo parado, otra vez, nos detiene Miguel Ángel para admirar la belleza de una escultura “La Piedad” cuya hermosura sobrepasa cualquier apetito de exquisitez. La ternura que me inspira, solo, la comparo cuando mi mamá sufre al verme inerme o enfermo y cruje su alma, con ese dolor que solo lo pueden llevar las madres. Sobrecogido, aún, recuerdo que la réplica de la estatua que está en Puno ayudó mucho en su reconstrucción cuando la original fue golpeada con quince martillazos por un turista que destrozó la cara y parte de un brazo de la virgen. Recupero el ánimo y sigo avanzando entre tanta belleza como riquezas. La imagen de la película “Hermano Sol, hermana Luna” (tuve que verla como parte de un curso en la universidad) salta a la palestra y veo con insólita nitidez la opulencia de la sala del Vaticano frente a Francisco de Asís, descalzo y con su raído manto, esmirriado frente a los rosados rostros de la curia. Una escena difícil de digerir que da para otras disquisiciones, pero, es fácil imaginar como vio el hombre de a pie a la subyugante magnificencia que emana de los ostentan la autoridad religiosa.

Ya en la cima, en el techo de la basílica corro junto a Morgana que ha salido disparada; ella, trata de ver el juego en cada esquina. Desde aquí, la vista de la Plaza y sus alrededores es espectacular. Es momento de subir a la cúpula de la basílica, interminables gradas nos conducen hacia lo más alto. Es gracioso caminar por estas escaleras que son muy estrechas, a las justas, pasa una persona y conforme subimos la escalera se inclina de acuerdo con la forma de la bóveda. Imagino los pasos de los sacerdotes entre el silencio de estos pasillos ¿Qué pensamientos rondaban por sus cabezas? Finalmente, estamos en lo más alto de la cúpula, una baranda la circunda. Caminamos en silencio y despacio, abajo se ven a los clérigos están en misa entre el resplandor del oro y la abundancia.

Bajar las escaleras, siempre, lleva a hacerlo con la prisa de ir con la gravedad que acentúa la risa y la competencia con Morgana que quiere llegar primero. Ya en la primera planta nos quedamos mudos por la belleza de esculturas y la vista del monumental Baldaquín que está sobre la tumba de San Pedro. En eso, siento un vientecito frío por mis pies, me avisan que debajo de mí hay todo un cementerio con 21 papas enterrados en sus sarcófagos, en realidad, hay veintidós sarcófagos, uno está vacío esperando al siguiente. Pensando en el siguiente un murmullo se acrecienta entre los turistas que estamos en la nave principal, un pomposo séquito clerical que hacía unos minutos había estado en la misa pasa delante de nosotros. La verdad que impresiona la gravedad de sus rostros la pompa de sus atavíos los hace sentir ceremoniosamente lejanos, muy lejanos.




Ya en las afueras del Vaticano, es decir, pasamos una cuadra y ya en Roma fuimos a buscar algunos recuerdos. Nelia quiere llevar un anillo en particular a Papá Chalo uno que lleve la imagen y escudo de San Benito. Con nuestros pequeños tesoros fuimos a una pequeña iglesia Santa Ana de Palafrenieri, nuevamente, en el Vaticano en una callecita resguardada por la guardia suiza, a media cuadra de la Plaza San Pedro. Terminada la misa el sacerdote tuvo a bien bendecir nuestros pequeños recuerdos.

La tarde va cayendo el camino de regreso tiene mucho de tristeza. Fiore y Morgana deben retornar a Perú, tienen que estar en Lima, mañana es el cumpleaños seis de Morgana. Nos fuimos a una amigable cafetería el Gran Caffé Giuliani, muy atentos, la dueña nos hizo la fiesta y entre pasteles, café y gaseosas le cantamos Feliz Cumpleaños a nuestra Morganita. Ellas partirán en la madrugada…todo ya no será igual.

El mundo en su eterno río avanza, avanza y no se detiene.




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