ÁNGEL URIBE
La tarde tiene esa tersa tranquilidad que es preludio de una vital energía que, solo, será satisfecha cuando emprendamos una indetenible carrera por las empedradas calles cocachacrinas rumbo al espacio, donde no hay imposibles y todo se da. Al lado, el amigo de siempre, Juan Carlos, pregunta con sus grandes y cariñosos ojos.
—Ya sé que
tu jugador favorito es Ángel Uribe, pero, ¿Cuál le sigue? —Mi cabeza es como un hormiguero
de inimaginables ideas que solo a mí se me ocurre, aquí, los colores bailan en
un interminable carnaval de brillos, se dan fabulosos planes, los modifico y los
vuelvo a hacer para emprender un sinfín de aventuras. El entrecejo responde por
mí ¿Cómo se le ocurre a Juan Carlos hacerme esa pregunta? Después, de Ángel
Uribe ¿Puede haber otro jugador? Bueno, él es de Alianza, piensa diferente.
Solo, puede haber un mejor jugador por equipo, nada más, la seguridad de mis
diez años no admite dudas ni interpelaciones.
Ángel Uribe es el guerrero de la pelota, es la
imagen de la epopeya que ristra al gladiador de fulgurante armadura con cara de
nobleza que embellece su alma. Es la saeta que brilla bajo el influjo de los
dioses del Olimpo, salta a la cancha con la prestancia de un elegido, su
velocidad hace que sus marcadores conozcan el número que lleva en la espalda y
lo vean en tardes de gloria, brazos en alto, cuando convierte uno de sus tantos
goles.
En casa papá compra el periódico, La Prensa, espero a que lea para
llevarlo a mi cuarto; ahí sale la foto de Ángel Uribe, la recorto con mucho
cuidado y para que no se arrugue la pongo en mi libro de Gustavo Pons Muzzo, ya
tengo un nuevo recorte, pero, necesito tener más. Kike Cerdeña tiene varias figuritas
de él, seguro, me los vende a una peseta, no importa, ya veré de donde la saco
(del monedero de mi mamá, seguro). Cuánta ilusión en un niño por tener una
figurita del ídolo, aunque, sea de periódico. Cuando juego mi partidazo en la
polvorienta calle, entre piedras y postes voy narrando mi propio partido,
avanzo zigzagueando gritando “va Ángel Uribe con la pelota, driblea a uno, dos,
patea y gol” el ídolo se hace humano y está en mí. ¿Y, mi papá? ¡Pucha! La cosa
es seria.
Hay un resquemor que me ha estado atormentando. ¿Ángel Uribe es tan igual
que mi papá? Bueno, uno es Ángel Uribe y el otro es mi papá, asunto cerrado,
cada uno en su sitio; sin querer había llegado a tener, intuitivamente, una
visión diferente en esa lejana época, me di cuenta que mi mundo era inclusivo.
Si tenía un mejor amigo, eso, no excluía a los demás, y no vi las cosas de
manera lineal, si no, amplia y circular; donde tenía sitio para todos. También,
para los amores, podía querer a una persona sin dejar de amar a otra, eso me
tranquilizó y gustó.
Esa tarde de 1965, iba de la mano de mi padre, mi
primera vez en el Estadio Nacional, para ver el último partido del campeonato
de 1964, la “U” frente Alianza Lima; en las afueras la gente iba en búsqueda de
la puerta de ingreso; en eso, vi a unos señores con unos bastidores rodeados de
varias personas; jalé la mano de mi papá para ver, nos acercamos y allí estaban
las fotos de todos los jugadores del campeonato, me quedé admirado, recitaba
sus nombres conforme los reconocía, era como estar cerquita a ellos. Ya dentro
del estadio el retumbar de mi corazón en mi pequeño pecho, casi, explota cuando
veo salir del túnel al equipo crema; la gente saltó y un solo grito se
escuchó en todo el Perú, fue una emoción sin límites. Ver trotar a los hermanos
José y Jorge Fernández, al enorme Dimas Zegarra y sus blancas rodilleras, al
“Colorao” Cruzado, Zavalita y su toque mágico, a “Pelé” Guzmán fue
indescriptible. En eso, gritos estentóreos, del otro túnel, sale Alianza Lima;
ensordecedores gritos, salen los ágiles victorianos, Víctor “Pitín” Zegarra, un
mago con la pelota; Pedro “Périco” León, todo un peligro, Víctor Rostaing, “Babalú”
Martínez; el casi imbatible Rodolfo Bazán, Lara, De la Vega, y Grimaldo los iba
reconociendo, era como tener a Juan Carlos, a mi lado. La pelota “Merkur” de
cuero comenzó a rodar, cada vez, que Ángel Uribe iba con ella el fútbol tenía
otra sinfonía, sus desplazamientos, bravura para disputar el valor era sinónimo
de su nombre; su cercanía al área rival significaba inminente peligro. Vino un
centro por la derecha y al ver el salto que dio quedé boquiabierto; me
encandiló verlo correr, la fineza de su toque, su “pique” parecía romper,
exquisitamente, alguna ley física; para mí, volaba sobre el césped del “José
Díaz”, tuve el privilegio de ver al “crack” en toda su dimensión. Esa tarde, el clásico lo ganó la “U” 2 -1 y se
proclamó Campeón y el goleador del torneo, Ángel Uribe, con quince anotaciones,
regresamos a Barranco más que felices ¿Qué más podíamos pedir?
Un par de años después, cuando me sentía grande por
estar con mis cinco “pitas” azules, quinto de primaria; al salir al recreo en
mi glorioso Colegio Fiscal 9611, vi que todos los chicos se arremolinaron
alrededor de la pizarra del patio, el profesor Guillén había pegado recortes de
fútbol. La “U” había ganado en cuarentaiocho horas, en la propia Argentina, a
los famosos clubes rioplatenses River Plate y Racing por la Copa Libertadores y
uno de los héroes de aquella mítica jornada había sido Ángel Uribe. Se me
hinchó el pecho y estiré el cuello como el gallo en su corral.
Cuando un ser humano adquiere ribetes de semidiós y
se convierte en héroe de niños de almas cándidas y sencillas, es que, trasunta
niveles de extrema sensibilidad y nobleza; se internaliza y subyacen en
profundas bases neuronales. Con el paso del tiempo, Supermán y otros
superhéroes van a ubicarse en el rincón de la fantasía del adulto, pero, el
adalid de mi infancia y admiración de mi eterna juventud, Angelito Uribe, no se
irá jamás.
Hoy, con algunas décadas que se han detenido en mi
escaso cabello blanco, secuestrado por el Coronavirus, escapo de esta prisión
de miedo para ver correr sobre el verde, al paladín deportivo, con su elegancia
y despliegue inusual; corre por él y por todos los que aprendimos a admirarlo y
quererlo. Vamos Angelito, me pondré de corto para trotar a tu lado, junto a
todos los que sabemos de tu valía como ser humano; aunque, solo te hayamos en
visto en figuritas que las pegamos en el álbum de nuestros corazones.