En el trajín
diario, en la incesante prisa de nuestro "ahora", pocas veces nos
damos permiso para una pausa. Una pausa para la quietud, para ese viaje íntimo
hacia nuestro interior. Y es precisamente allí, en ese espacio sagrado, donde
habitan silenciosamente aquellos que ya no caminan a nuestro lado, pero que, de
alguna forma mágica, jamás se fueron.
Piensen en
ello: ¿cuántas veces han sentido la presencia de la abuela al preparar una
receta, la voz de un amigo en un consejo repentino, o la risa de un ser querido
en un momento de alegría? No es una mera memoria; es una reverberación
profunda, una extensión de su ser dentro del nuestro. Es fascinante cómo lo que
alguna vez estuvo en el "mundo exterior" —la mirada tierna, el abrazo
sincero, la lección aprendida— ahora reside en nuestro "mundo
interior", tejido en la fibra misma de lo que somos.
Desde la
neurociencia, sabemos que cada experiencia, cada interacción, modela nuestras
redes neuronales. Las personas que amamos, que nos enseñaron, que nos
desafiaron, no solo nos dejaron recuerdos; dejaron huellas químicas y
conexiones eléctricas que nos transformaron. Son, literalmente, parte de
nuestra arquitectura cerebral, influyendo en nuestras decisiones, en nuestras
emociones, en nuestra percepción del mundo. Como decía el filósofo Martin
Buber, "El Yo se hace en el Tú". Somos, en gran medida, la suma de
nuestros encuentros.
Y desde una
visión más filosófica, ¿acaso no es un lujo extraordinario haber coincidido en
este sendero vital con almas que nos regalaron su confianza y su cariño? Fuimos
inmensamente privilegiados. Nos hicieron más grandes, más completos, más
humanos. Cada alegría compartida, cada tristeza superada con su apoyo, nos
esculpió. No solo nos enseñaron a vivir; nos mostraron la belleza de ser, de
amar y de trascender.
Así que, la
próxima vez que el mundo les pida correr, deténganse. Respiren hondo. Cierren
los ojos. Y permitan que ese eco interior, ese susurro de gratitud los inunde.
Es una conexión inquebrantable, una certeza de que, aunque el cuerpo se
ausente, la esencia de aquellos que nos moldearon vive por siempre en el
santuario de nuestra alma. Un lujo, sí, un milagro cotidiano.
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