viernes, 15 de agosto de 2025

EL ENOJO QUE NOS ENFERMA (28)

El enojo que nos enferma

La mañana amanece fría y con prisa. Son las 7:17 AM y en una esquina cualquiera de la ciudad, dos autos acaban de chocar. No es un accidente grave —pequeñas rayaduras y abolladuras— pero, lo que sigue es un espectáculo tan predecible como peligroso: dos conductores salen de sus vehículos convertidos en volcanes humanos, la sangre hirviéndoles en las venas, las palabras afiladas como cuchillos. 

Lo que ninguno de ellos sabe es que, mientras discuten, sus cuerpos libran una batalla invisible. 

En el instante del impacto, sus cerebros activaron la amígdala cerebral —esa región diseñada para salvarnos de algún peligro, pero no de imprudencias viales— y comienza a liberar adrenalina y cortisol a raudales. El problema no es la reacción inicial —es biología pura— sino lo que viene después: el enojo que se estanca, que se rumia, que se alimenta a sí mismo. Mientras estos hombres se insultan, el cortisol sigue fluyendo, debilitando sus defensas inmunológicas, inflamando sus arterias, alterando su presión arterial. Es un veneno de acción lenta, y ellos lo beben voluntariamente. 

Estudios en Harvard y Stanford lo confirman: un episodio de ira intensa puede: 

- Triplicar el riesgo de un ataque al corazón en las siguientes dos horas. 

- Debilitar el sistema inmunológico por hasta 24 horas. 

- Acelerar el envejecimiento celular. 

Y lo más irónico: todo esto ocurre mientras el objeto de su furia —el otro conductor— sigue su vida, ajeno al daño que ha desatado. 

¿Cómo Romper el Ciclo?

Respira antes de reaccionar: Tres segundos inhalando, seis exhalando. Es el tiempo que necesita el cerebro para "desactivar" la amígdala. 

Cambia el guion: En lugar de ¡Me arruinó el día!, prueba con: "Fue un susto, pero estoy bien". 

Usa el humor: "Este tipo maneja como si tuviera un avión esperándolo". Reír reduce el cortisol al instante. 

Vivimos en una ciudad donde el estrés es el pan de cada día, donde el tráfico, la economía y las prisas nos vuelven bombas de tiempo emocionales. Pero cada vez que elegimos envenenarnos con ira, pagamos un precio que va más allá de un día arruinado: es nuestra salud la que está en juego. 

La próxima vez que el volcán de tu enojo amenace con entrar en erupción, recuerda: ‘el único que, siempre sale perdiendo eres tú.  

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