El
cerebro en llamas: cómo la meditación puede salvarnos en tiempos violentos
Imaginemos dos escenas cotidianas en Arequipa:
William,
un ejecutivo de 45 años, revisa su celular a las 6:00 a.m. mientras toma un
café pasado. Tiene tres reuniones clave, un informe pendiente y, para colmo,
acaba de enterarse de que un competidor está bajando los precios. Su mente es
una vorágine de estrategias, fechas límite y el temor latente de que un error
suyo afecte a su equipo. Mientras, conduce a la oficina, la radio habla de un
nuevo caso de sicariato en Paucarpata. Su respiración se acelera.
Rosa,
una madre soltera de Cerro Colorado, hace malabares para llegar a fin de mes.
Entre el precio del pollo, el miedo a que extorsionen a su negocio de venta de emoliente
y sándwich y la tarea de su hijo que no entiende, su cabeza no para. Anoche, en
su barrio, balearon a un vecino por negarse a pagar "cupo". Duerme
con el celular bajo la almohada, por si acaso.
La
neurociencia explica que, en este estado la amígdala, el centro de detección de
amenazas, se hiperactiva, silenciando la corteza prefrontal, el área
responsable de la toma de decisiones racionales. Esta respuesta primitiva nos
hace gritar internamente ¡Corre o muere!, incluso en situaciones cotidianas, y
si el cerebro no descansa, la vida se convierte en un ciclo interminable de
ansiedad.
Pero,
aquí entra un antídoto milenario, respaldado tanto por monjes tibetanos como
por escáneres cerebrales: la meditación. No hablamos de convertirnos en gurús,
sino de entrenar la mente para ‘observar el miedo sin ser arrastrados por él’.
Recuerda
que: ‘No nos afecta lo que pasa, sino lo que nos decimos sobre lo que pasa’. La
meditación es la herramienta que nos permite ‘hacer una pausa’ entre el
estímulo (un mensaje de extorsión, una noticia violenta) y la reacción (el
pánico, la parálisis).
Para
empezar, se proponen tres sencillos pasos:
Respira,
aunque sea por un minuto: Al sentir que el mundo se derrumba, detente y cuenta
cuatro inhalaciones y seis exhalaciones. Esto activa el nervio vago, que calma
el cuerpo y la mente.
Cuando
aparezcan tus pensamientos negativos, míralos pasar como nubes. No los
alimentes.
Camina
con atención: Transforma el acto de caminar en una meditación en movimiento.
Presta atención a cada paso, al suelo y al aire, una práctica especialmente
útil en una ciudad donde el caos es la norma.
En
Arequipa, donde la violencia intenta robarnos la paz, meditar no es un lujo, es
un acto de supervivencia. Cada vez que William o Rosa eligen respirar en lugar
de reaccionar, le roban un momento de lucidez al caos. Como dijo el filósofo
Alan Watts: "No puedes detener las olas, pero puedes aprender a
surfear".
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