VIVIENDO
TODAS MIS VIDAS: El Arte de Morir para Renacer
Se dice que morimos varias veces antes de la muerte final. Morimos cuando la infancia se esfuma, cuando un amor se va, cuando perdemos a quien era nuestro pilar. Cada despedida, es una pequeña muerte. Pero, he aquí el secreto: tras cada una, renacemos.
El filósofo Nietzsche lo llamaba "aprender a morir": soltar lo que fuimos para transformarnos en una versión más fuerte. Esta idea conecta con el concepto budista del "no-yo", que plantea que no existe una identidad permanente. Lo que llamamos "yo" es un flujo constante de experiencias en transformación, y aferrarse a una identidad fija es la principal fuente de sufrimiento. Las "pequeñas muertes" que experimentamos son la prueba de este flujo natural. No somos un cuadro terminado, sino un lienzo donde las capas de pintura se superponen, se mezclan y a veces se raspan para dar espacio a nuevas formas y colores.
La vida está marcada por transformaciones constantes que funcionan como muertes y renacimientos. Gabriela, al dejar su pueblo, ve morir a la hija dependiente para dar paso a la mujer independiente. El hombre que pierde su trabajo después de veinte años entierra al profesional definido por su cargo, pudiendo renacer como emprendedor o alguien que prioriza su familia.
Estos cambios no solo ocurren
en hitos grandes. La madre que se queda sola cuando su último hijo se
va a la universidad entierra su rol de cuidadora full-time para renacer como la
mujer que redescubre sus pasiones. El amigo decepcionado que deja de
ser complaciente mata a su yo que siempre decía "sí", renaciendo como
alguien con límites más sanos y auténtico. Cada final contiene la semilla de un
nuevo comienzo.
El verdadero desafío no es evitar estas "pequeñas muertes", sino transitar conscientemente el duelo que provocan. Como decía el filósofo Alan Watts, aferrarse a lo que ya no es tan inútil, es como intentar atrapar el aire con la mano: solo conduce al agotamiento. Aceptar que todo cambia no es resignarse, sino liberarse.
Aferrarse a identidades que ya no nos representan —como el "estudiante eterno" o la "novia abandonada"— nos condena a vivir como fantasmas del pasado. La sabiduría no está en olvidar quiénes fuimos, sino en integrar al niño, al adolescente y al adulto que fuimos como capítulos de un mismo libro, escuchando lo que cada uno tiene para decir sin que ninguno domine.
Estas "muertes" no nos restan, sino que suman capas a nuestra existencia. Cada final es un necesario comienzo que nos revela nuestra resiliencia. La pregunta clave es: ¿Quién debo dejar morir hoy para renacer? La respuesta nos invita a participar conscientemente en la obra de arte en evolución constante que es nuestra vida.
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