domingo, 21 de septiembre de 2025

EL ARTE DE PERDERSE - 35

 El arte de perderse: crónica de un flâneur

 

La ciudad no se recorre; se habita en movimiento. Hoy, como hace décadas, subo a un bus sin destino. Las esquinas limeñas me reciben con su garúa y su caos. Decidir no doblar, elegir la ruta arbitraria, es el primer acto de libertad del día.

 Desde la ventana, el mundo se desdibuja. Apuesto por una gota de agua que compite por sobrevivir en el vidrio. ¿Ganará? No importa. Lo que vale es el juego efímero, la belleza trivial que solo ve quien mira sin prisa.

 


La Lima de hoy ya no es la de mis veinte años. Los balcones hablan de abandono; las personas, de desconexión. Caminan agachadas sobre sus pantallas, aisladas en medio del ruido. Pero, aún quedan cómplices: el color que irrumpe en una fachada, el árbol viejo que cruza su mirada con la mía. Ellos me devuelven la fe.

 A mis 69 años, he aprendido que no se camina para llegar, sino para estar. Soy peregrino sin altar, filósofo sin academia. Flâneur, sí, pero también sabedor de que cada paso es un reencuentro con quien fui.

La ciudad sigue ahí, esperando a que alguien levante la vista y la lea. Yo sigo aquí, recordando que a veces perderse es la única manera de encontrarse.

 Un hombre, una ventana, una gota de lluvia. La vida pasa afuera, y a veces basta con mirarla correr para sentirnos vivos.

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