El museo de las sombras perfectas
El Museo de las Sombras Perfectas
Un domingo cualquiera, Clara abrió
Instagram por enésima vez. Su mente registró, una tras otra, las vidas
perfectas de los demás:
—
Ana,
sonriente con un atuendo que desbordaba glamur.
—
Carlos
tomando café en un restaurante exclusivo.
Clara miró su pantalla: un selfi tomado
tras seis intentos, el filtro suavizando sus ojeras. —¿Por qué mi vida no luce
así? —pensó, borrando por
segunda vez el borrador de su historia. No quería mostrar su pequeño cuarto, su
café instantáneo ni, mucho menos, la soledad de su domingo.
Lo que Clara ignoraba era que Carlos
había pedido aquel café, solo para la foto, dejándolo intacto por su precio
exorbitante. Y que Ana había llorado antes de lucir aquel atuendo, tras
descubrir la infidelidad de su novio.
Todos eran actores en el mismo juego:
exhibir lo que no eran.
—Si no publico ¿existió? Bromea la
gente, pero en el fondo, lo creen.
El cerebro de Clara, como el de todos,
está programado para compararse. Cada "like" activa su corteza
prefrontal, haciéndole creer que la aprobación es oxígeno, y los filtros
engañan a su amígdala cerebral, distorsionando su realidad.
—Pero, si todos saben que es mentira,
¿por qué seguimos haciéndolo?
En una esquina, Sartre observaba la
escena, murmurando: "El infierno son los otros". No por maldad, sino
porque vivimos esclavizados por sus miradas.
Un martes, Clara publicó una foto sin
filtros: rostro cansado, café instantáneo. El pie de foto: “Hoy, solo soy yo”.
Para su sorpresa, fue su publicación más
comentada.
—
Gracias
por ser real, escribió alguien.
—
“Me
pasa igual", confesó otro.
Nietzsche, junto a Jean Paul, comentó:
Tienes que caerte para descubrir que siempre estuviste parado en el suelo.
Clara siguió usando redes, pero ya no
vivía para ellas. Comprendió que:
- La
ropa cara no otorga confianza, sino deudas.
- Los
filtros no borran las arrugas, sino la verdad.
Porque, al final, lo único que realmente
existe es lo que nunca se publica.
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