El 'mi mamá me
mima' es la cuna, el primer chapuzón en el mar de las palabras. A los cinco
años, el libro Coquito me dio el abecedario, un juego mecánico de
sílabas y garabatos. Era un lenguaje funcional, pero en ese ejercicio monótono
sucedió la primera revelación: las letras dejaron de ser simples signos para
convertirse en puertas. Como cuando mi padre me soltó en las olas de Pacasmayo,
entendí que el verdadero aprendizaje es un impulso inicial para luego bailar a
tu manera.
Se dice que
solo el 1% de las personas escribe literatura. No es que sean genios: son los
que decidieron ver en las palabras no solo herramientas, sino ‘ladrillos de
mundos nuevos’. *Coquito* me dio el alfabeto, pero fue la escritura emocional
—esa que recomiendan los terapeutas, la que no juzga comas ni metáforas— la que
me enseñó que podía expulsar rabia en un cuaderno o dibujar con adjetivos el
olor a salitre de mi infancia. Sancho Panza al lado de don Quijote, esta
escritura libre es el compañero rudo pero leal que nos prepara para lo otro: la
literatura, donde lo visceral se labra con paciencia de artesano.
Nadie escribe
desde el vacío. Mis primeras frases tenían el ritmo de los cuentos que me
leían, igual que mi padre, al soltarme en el mar, confiaba en que yo ya sabía
flotar, porque él antes me había sostenido. Escribir es pagar esa deuda
invisible: usar lo aprendido para construir algo personal. ¿Por qué resistirse?
Si millones aprendimos con *Coquito*, ¿cuántos universos faltan por narrarse?
Un poema sobre la tienda de la esquina, un relato de la abuela que habla con
las plantas, un diario donde el insomnio se vuelve personaje.
Instrucciones
para empezar
1.Descubrir
primero: Subraya frases de libros que te estremezcan.
2. Escribir
feo: Permítete textos caóticos; la literatura llegará después.
3. Buscar tu
Pacasmayo: ¿Qué paisaje, real o inventado, te hace sentir como ese niño frente
al mar?
El lenguaje no
es solo para informar: es para “hacer aparecer” lo que no se puede decir en voz
alta. El 99% usa palabras para navegar; el 1% restante las convierte en barcos.
¿A qué playa llegarás?
¿Y tú? ¿Qué mundo guardas en la punta de los
dedos?