domingo, 5 de octubre de 2025

SONRISA FORZADA O GRITO SILENCIOSO (37)

SONRISA FORZADA O GRITO SILENCIOSO


En una sociedad que valora la productividad y la alegría constante, a menudo pasamos por alto una forma sutil y engañosa de sufrimiento: la depresión silenciosa. No es la tristeza obvia que todos podemos reconocer. Es un susurro, una sombra que se esconde detrás de una sonrisa forzada y una vida aparentemente normal.

Imagina a Javier, un colega que siempre parece ocupado. Siempre, está en la oficina y cumple con sus plazos. Sin embargo, lo que no ven es que cada tarea es una lucha monumental. Ha dejado de jugar fulbito los fines de semana y rechaza las invitaciones a tomar algo. Cuando se le pregunta, solo dice: "Estoy cansado". No es una mentira, es la verdad de su agotamiento mental.

Piensa en Patricia, una amiga que parece tenerlo todo bajo control. Se ríe en las reuniones y hace bromas, pero su sonrisa no llega a sus ojos. En el fondo, una voz interna despiadada le susurra: "No eres suficiente. Nada de esto importa". Se levanta por la mañana con el mismo cansancio con el que se acostó. Ha dejado de cocinar, algo que amaba, y ahora se conforma con cualquier cosa, o incluso no come.

La depresión silenciosa se manifiesta a través de señales que a menudo se disfrazan de simple apatía o mal humor. Es la pérdida de interés en lo que antes nos apasionaba, la fatiga constante que no mejora con el descanso, los cambios en el apetito y el sueño, y un aislamiento gradual, no por elección, sino por la carga que supone interactuar con otros. Es la irritabilidad que surge de la nada, una sensación de estar fastidiado con el mundo.

El peso de “la máscara” nos habla de una profunda desconexión entre el ser auténtico y la persona que el mundo exige que seamos. Jean-Paul Sartre argumentaba que a menudo actuamos de mala fe (mauvaise foi), negando nuestra propia libertad y autenticidad para encajar en los roles que la sociedad nos asigna. La "sonrisa forzada" es el epítome de esta mala fe: una máscara que nos colocamos para ocultar, incluso a nosotros mismos, el vacío o el dolor que sentimos. Nos convencemos de que "estamos bien" porque es lo que se espera, pero, ese acto de negación incrementa la alienación y el sufrimiento. El grito silencioso es, entonces, la protesta del alma aprisionada, que anhela ser escuchada detrás de la fachada de normalidad.

Si te identificas con Javier o Patricia, es hora de reconocer que tu dolor es real.

El primer paso es validar tus propios sentimientos. El siguiente es romper el silencio: habla con alguien de confianza, busca ayuda profesional. Un terapeuta puede ofrecerte herramientas para entender y manejar estos sentimientos. No necesitas una crisis para pedir ayuda. Los pequeños actos de autocuidado, también cuentan. Sal a dar un paseo corto, bebe un vaso de agua, come algo nutritivo. Cada uno de estos gestos es una pequeña victoria que te acerca a recuperar tu luz interior.

 


 

sábado, 27 de septiembre de 2025

CÓMO ESCAPAR DE LA TRAMPA DE TUS PENSAMIENTOS (36)

 

CÓMO ESCAPAR DE LA TRAMPA DE TUS PENSAMIENTOS

Imagina a tu cerebro como un disco de vinilo. A veces, la aguja se queda atascada en un surco, repitiendo la misma parte de la canción una y otra vez. “Debería haber dicho esto”, “No soy lo suficientemente bueno”, “¿Qué hubiera pasado si...?”. Ese bucle infinito de pensamientos negativos es lo que los neurocientíficos llaman rumiación.

 

No es solo una metáfora. Desde las neurociencias, la rumiación ocurre cuando nuestra red neuronal por defecto —el "piloto automático" del cerebro— se atasca. Esta red se activa cuando divagamos, cuando soñamos despiertos o cuando nos perdemos en nuestros pensamientos. En su estado natural, nos ayuda a procesar información y a ser creativos. Pero, cuando se queda atrapada en el mismo recuerdo o preocupación, nos arrastra hacia un estado de estrés y ansiedad. Es como tener una conversación interminable con un crítico interno que no para de juzgarte.

 La rumiación constante tiene un costo tangible:

Muchas veces, te quedas atrapado pensando en un problema, pero la angustia te impide tomar una decisión o actuar. Por ejemplo, pasas dos semanas dando vueltas sobre si enviar o no un correo importante revisando cada frase. El estrés es tan grande que al final no lo envías, perdiendo una oportunidad.

 

El diálogo interno de "no puedo" o "seguro que sale mal" mina tu confianza y, efectivamente, aumenta las probabilidades de que el resultado sea negativo.

¡Ojo! El cuerpo no distingue entre una amenaza real y una imaginaria. El cortisol constante debilita tu sistema inmunológico, altera tu sueño y te deja exhausto.

Pero, hay buenas noticias: no tienes que vivir atascado en ese bucle. La clave es sacar a tu cerebro del piloto automático y anclarlo al presente. Puedes lograrlo a través de acciones simples, pero poderosas:

Cambia de foco: Concentra toda tu atención en una tarea. Lava los platos, resuelve un crucigrama, sal a caminar, dibuja, haz ejercicio. Cualquier cosa que exija tu concentración servirá para romper el ciclo.

 Sé un detective de tus pensamientos: Cuando notes que estás rumiando, hazte una pregunta clave: “¿Me ayuda este pensamiento a resolver algo?”. La mayoría de las veces, la respuesta es no. Aceptar esa realidad es el primer paso para soltarlo.

La técnica de la hoja en el río: Visualiza cada pensamiento negativo como una hoja flotando en un río. Pon el pensamiento en esa hoja y observa cómo se aleja. No lo juzgues ni lo critiques; simplemente déjalo ir.

La próxima vez que la aguja de tu cerebro se quede atascada, recuerda que tienes el poder de moverla. No se trata de eliminar los pensamientos negativos, sino de aprender a no darles el control. Se trata de recuperar el presente.

 


domingo, 21 de septiembre de 2025

EL ARTE DE PERDERSE - 35

 El arte de perderse: crónica de un flâneur

 

La ciudad no se recorre; se habita en movimiento. Hoy, como hace décadas, subo a un bus sin destino. Las esquinas limeñas me reciben con su garúa y su caos. Decidir no doblar, elegir la ruta arbitraria, es el primer acto de libertad del día.

 Desde la ventana, el mundo se desdibuja. Apuesto por una gota de agua que compite por sobrevivir en el vidrio. ¿Ganará? No importa. Lo que vale es el juego efímero, la belleza trivial que solo ve quien mira sin prisa.

 


La Lima de hoy ya no es la de mis veinte años. Los balcones hablan de abandono; las personas, de desconexión. Caminan agachadas sobre sus pantallas, aisladas en medio del ruido. Pero, aún quedan cómplices: el color que irrumpe en una fachada, el árbol viejo que cruza su mirada con la mía. Ellos me devuelven la fe.

 A mis 69 años, he aprendido que no se camina para llegar, sino para estar. Soy peregrino sin altar, filósofo sin academia. Flâneur, sí, pero también sabedor de que cada paso es un reencuentro con quien fui.

La ciudad sigue ahí, esperando a que alguien levante la vista y la lea. Yo sigo aquí, recordando que a veces perderse es la única manera de encontrarse.

 Un hombre, una ventana, una gota de lluvia. La vida pasa afuera, y a veces basta con mirarla correr para sentirnos vivos.

domingo, 14 de septiembre de 2025

EL CEREBRO EN LLAMAS: CÓMO LA MEDITACIÓN PUEDE SALVARNOS. (34)

El cerebro en llamas: cómo la meditación puede salvarnos en tiempos violentos 

Imaginemos dos escenas cotidianas en Arequipa: 

William, un ejecutivo de 45 años, revisa su celular a las 6:00 a.m. mientras toma un café pasado. Tiene tres reuniones clave, un informe pendiente y, para colmo, acaba de enterarse de que un competidor está bajando los precios. Su mente es una vorágine de estrategias, fechas límite y el temor latente de que un error suyo afecte a su equipo. Mientras, conduce a la oficina, la radio habla de un nuevo caso de sicariato en Paucarpata. Su respiración se acelera. 

Rosa, una madre soltera de Cerro Colorado, hace malabares para llegar a fin de mes. Entre el precio del pollo, el miedo a que extorsionen a su negocio de venta de emoliente y sándwich y la tarea de su hijo que no entiende, su cabeza no para. Anoche, en su barrio, balearon a un vecino por negarse a pagar "cupo". Duerme con el celular bajo la almohada, por si acaso. 

La neurociencia explica que, en este estado la amígdala, el centro de detección de amenazas, se hiperactiva, silenciando la corteza prefrontal, el área responsable de la toma de decisiones racionales. Esta respuesta primitiva nos hace gritar internamente ¡Corre o muere!, incluso en situaciones cotidianas, y si el cerebro no descansa, la vida se convierte en un ciclo interminable de ansiedad.

Pero, aquí entra un antídoto milenario, respaldado tanto por monjes tibetanos como por escáneres cerebrales: la meditación. No hablamos de convertirnos en gurús, sino de entrenar la mente para ‘observar el miedo sin ser arrastrados por él’. 

Recuerda que: ‘No nos afecta lo que pasa, sino lo que nos decimos sobre lo que pasa’. La meditación es la herramienta que nos permite ‘hacer una pausa’ entre el estímulo (un mensaje de extorsión, una noticia violenta) y la reacción (el pánico, la parálisis). 

Para empezar, se proponen tres sencillos pasos:

Respira, aunque sea por un minuto: Al sentir que el mundo se derrumba, detente y cuenta cuatro inhalaciones y seis exhalaciones. Esto activa el nervio vago, que calma el cuerpo y la mente.

Cuando aparezcan tus pensamientos negativos, míralos pasar como nubes. No los alimentes.

Camina con atención: Transforma el acto de caminar en una meditación en movimiento. Presta atención a cada paso, al suelo y al aire, una práctica especialmente útil en una ciudad donde el caos es la norma.

En Arequipa, donde la violencia intenta robarnos la paz, meditar no es un lujo, es un acto de supervivencia. Cada vez que William o Rosa eligen respirar en lugar de reaccionar, le roban un momento de lucidez al caos. Como dijo el filósofo Alan Watts: "No puedes detener las olas, pero puedes aprender a surfear".


 

domingo, 7 de septiembre de 2025

UN VÍNCULO INVISIBLE ENTRE EL DOLOR Y EL INTESTINO (33)

Un vínculo invisible entre el dolor y el intestino


La vida de Henry como la de muchos, es un mapa de transiciones. La jubilación trajo un silencio que los viajes no logran llenar, y ahora, la partida de su padre —su faro y compañero— lo deja anclado en un dolor que se arraiga en lo más profundo de su ser. Pero, esta angustia no es solo emocional: investigaciones recientes demuestran cómo el duelo literalmente se instala en el corazón y los intestinos.

El cerebro de Henry pasa por una tormenta bioquímica. El estrés crónico eleva sus niveles de cortisol, lo que desencadena una cascada de efectos. El nervio vago, esa autopista neural que conecta mente e intestino, se ve comprometido. En condiciones normales, este diálogo constante entre ambos “cerebros” regula desde el estado de ánimo hasta la digestión. Pero, cuando el cortisol interrumpe esta comunicación, el ecosistema intestinal —ese universo de 100 billones de bacterias— se desordena.

Las bacterias beneficiosas disminuyen, mientras que las inflamatorias proliferan, reduciendo la producción de neurotransmisores de la felicidad.
Pero, Henry tiene más control del que cree. La neuroplasticidad señala que cada elección puede reconfigurar su biología:
1.    Realizar 5 respiraciones profundas (inhalar en 4 segundos, aguantar 7, exhalar en 8 segundos cada mañana antes de desayunar. Esto reduce inflamación, equilibra la energía y ayuda a aprovechar mejor los nutrientes de las comidas.
2.    Consumir alimentos fermentados como té de kombucha o encurtidos vegetales, la avena con manzana, actúa como fertilizante para la flora intestinal, así se generan bacterias productoras de GABA, el neurotransmisor de la calma.
3.    Convertir las memorias de su padre en un proyecto tangible —un libro de su vida, un podcast compartiendo sus enseñanzas— transforma el duelo en un acto de creación, activando circuitos cerebrales de recompensa que contrarrestan el estrés.

Las noches serán duras, pero cuando Henry sienta ese nudo en el estómago al recordar a su padre, entenderá que es una señal: su cuerpo clama cuidado, no rendición. Como dijo Rilke, el dolor guarda nuestros umbrales. Al atender esa conexión entre su tristeza y su cuerpo, Henry, no solo sana hoy —siembra fortaleza para los días por venir.

Un nuevo comienzo no es olvidar, es recordar con una sonrisa en el corazón y la fortaleza que nace desde el interior, incluso desde ese vínculo invisible con su intestino.


lunes, 1 de septiembre de 2025

LA CIENCIA DETRÁS DE LOS ÚLTIMOS ADIOSES Y LOS ABRAZOS QUE SALVAN - 32

La ciencia detrás de últimos adioses y los abrazos que salvan

La neurocientífica Nazareth Castellanos nos invita a ver la comunicación humana con una mirada más amplia. Va más allá de las palabras; es una danza de cuerpos que se sintonizan. Corazones, cerebros y sistemas endocrinos entran en resonancia, creando un eco biológico que fortalece la conexión. Esta sincronía no es un concepto etéreo, sino una realidad palpable que se manifiesta en los momentos más cruciales de nuestra existencia.

El reciente adiós a mi padre, a sus 96 años, fue un testimonio de ello. Tras un infarto cerebral, su mirada se había perdido en la distancia, su voz silenciada. Pero en los minutos finales, mientras sostenía su mano y le hablaba al oído de nuestros paseos compartidos, algo extraordinario ocurrió. Su mirada, antes vacía, recobró un brillo de lucidez. Me miró, sorprendido, y pronunció una palabra clara e imperativa: “No”. Un suspiro largo y profundo siguió a esa sílaba, y la paz volvió a su rostro. Pienso en ese “no” como una última sincronía, un mensaje que trascendía la debilidad física, un puente entre su partida y mi continuidad. Fue su manera de decirme que me quedara, de liberar el vínculo para que yo siguiera mi camino.

Esta misma resonancia se manifiesta en la vida cotidiana. Pensemos en un niño afectado por el acoso escolar. Su cuerpo, tenso y asustado, recibe el abrazo de su profesora. En ese acto, no solo hay consuelo psicológico, sino una sincronía de ritmos cardíacos y hormonales que devuelven la calma. La oxitocina, hormona del vínculo, fluye. O, en el hombro solidario de un amigo tras un desamor. No hacen falta palabras. La mano en el hombro comunica empatía, sincronizando el sistema nervioso y brindando un refugio ante el dolor.

La ciencia de Castellanos nos recuerda que somos seres de conexión. Nuestros cuerpos están diseñados para sentir, para resonar y para sanar juntos. En un mundo cada vez más digital, estos lazos profundos nos anclan a nuestra humanidad.

MONTCAFÉ - SEGUNDA SALIDA

 MONTCAFÉ

Un grupo de turistas españoles a mi espalda comenta lo hermosa que es Lima. El aire ha comenzado a refrescar y los rayos de sol se cuelan a través del cielo gris. El café con leche está estupendo, cada vez es más difícil encontrar uno malo.



Hay algo en el aire de la Plaza de Armas, una quietud más profunda que el simple silencio. Es el tipo de quietud que pocos intuyen, pero yo la percibo. Te veo sentado en esa mesa, con el rostro absorto en la pantalla de tu laptop, capturado por la fantasía de las palabras que escribes. Vas trazando retazos de una estela que te lleva a un lugar que solo tú conoces. El vapor de tu “cortadito” se eleva, un aroma que es una amalgama de recuerdos, una presencia que se ha vuelto tangible en su ausencia.

Observas la plaza con minuciosa atención, y la ves como un microcosmos de tu duelo. Miras a los paseantes, pero no los ves del todo; cada uno es un fragmento de tu propia pena. Un señor sexagenario habla solo, quizás a un compañero invisible como el que te observa. Otro, sin cuidado, pasa un billete de cien soles de un bolsillo a otro, con una premura que es espejo de la tuya. El estudiante universitario con su "mochila de preocupaciones" es el reflejo de la pesada carga que hoy llevas. La señora que transpira a pesar del frío es un eco de la agitación interna que te consume. La anciana con su gorra y bufanda, arrastrando los años, es un recordatorio de que la vida continúa su marcha, inmutable.

Pasan varios grupos de escolares con sus respectivos profesores y guías, conociendo y reconociendo su ciudad. Te invaden sutiles vientos de nostalgia y recuerdas a tu hermano Henry con la misma fuerza con la que evocas esas tardes de caminatas junto a él y sus estudiantes. Hablas de una hermandad que se forjó al guiar y cuidar a esos jóvenes. Henry, con su "impresionante alocución", los tenía embelesados con sus historias, llevándolos por una especie de "montaña rusa" al contarles los secretos de cada calle limeña. Mientras, tú, su "seguridad", los mantenías alineados, contándolos y protegiéndolos de cualquier riesgo. Juntos eran una unidad, un faro de guía para los escolares, un tándem que se complementaba a la perfección. Una labor que, sin saberlo, te preparaba para el desafío de hoy: guiar a tus propios recuerdos a través del laberinto de la ausencia.

En ese momento, el mensaje de tu hermana Adita te devuelve al epicentro del dolor. Te habla de un sobre lacrado, amarillento por el tiempo, que ha dejado papá para ser abierto después de su partida. Al verlo, ella sintió pena y sus ojos se humedecieron. Lo llevarán a la notaría para que el notario lo abra. Al imaginar la caligrafía de tu papá —sobria, elegante, firme— que perfila su potente imagen de amor y autoridad, te estremeces.

En ese instante, las campanas de la catedral comienzan a sonar, marcando las 11:45. Su tañido es diferente a cuando marcó la media hora. Estás atento a que marquen el mediodía. Esta es tu segunda salida sin él, y se hace difícil. Miras la silla vacía, pero en lugar de ver la ausencia, ves su esencia, y su sonrisa y mirada te acogen.

Los paseantes siguen desfilando por la pasarela de tu ventana. Hay turistas que consultan el Waze para ubicarse, avanzando y retrocediendo hasta encontrar el rumbo. Pasa un joven de unos treinta años que camina lento, con la paciencia de quien analiza una situación difícil; su rostro refleja una preocupación ya vencida. Dos amigas pasan sin conversar, con las miradas fijas en sus celulares. Un par de jóvenes de barba hirsuta y ligeramente obesos avanzan con un compás sincopado que les da el peso de más. Pasa un grupo de reporteros con cámaras, focos y poca paciencia en busca de una noticia. Una joven ejecutiva camina con paso seguro y elegante. Pasa una persona fumando, algo inusual. Dos policías municipales caminan dueños del portal. La gente lleva abrigos, gorras, zapatillas, carteras bien aseguradas y bufandas. Los zapatos van quedando rezagados. Falta poco para las doce, y estás inquieto por escuchar las campanadas que te dirán que ya es hora de regresar.

Las campanas del mediodía suenan. No puedes contenerte y tu mirada se dirige de nuevo a la silla vacía. Y en medio de todo este escrito, hay un susurro, una voz que no es la tuya, pero que te habla al oído lo que ya sabes en lo más profundo de tu corazón:

"Escribe. No te detengas. Sigue, que yo te leo y te acompaño."

 

lunes, 25 de agosto de 2025

CUANDO EL DOLOR NOS QUITA HASTA EL ALIVIO QUE NOS HACE BIEN - 31

Cuando el dolor nos quita hasta el alivio que nos hace bien

Julio perdió a su padre y dejó de tocar el piano. Como él, muchos abandonamos lo que nos gusta al enfrentar pérdidas, fracasos o decepciones. ¿Por qué este impulso de castigarnos justo cuando más necesitamos consuelo?

La neurociencia muestra que el sufrimiento emocional activa las mismas zonas cerebrales que el dolor físico (la corteza cingulada anterior), mientras reduce la actividad en el núcleo accumbens, nuestro centro de placer. Es un mecanismo de protección que, paradójicamente, termina aislándonos.

Martin Seligman descubrió la "indefensión aprendida": tras varios fracasos, el cerebro concluye que "nada servirá". Una ruptura nos hace evitar nuevas relaciones; un error laboral nos paraliza. Nos convertimos en prisioneros de nuestro propio miedo.

La sociedad nos enseña a sufrir "correctamente": demostrar pena para validar nuestro amor (¿Acaso dejar de llorar significa que no lo querías?) o fingir fortaleza para ser productivos. Byung-Chul Han lo llama autoexplotación emocional: convertimos el dolor en obligación.

Cómo romper el círculo

1. Desobedecer los "deberías: Un café con amigos o diez minutos de sol no son traición, sino supervivencia. 

2. Microdosis de placer: Escuchar una canción favorita puede reactivar los circuitos del disfrute. Recuperar actividades, pero sin presión. 

3. Socializar diferente: Compartir el dolor sin convertirlo en espectáculo en las redes sociales. 

Como escribió Benedetti: "Cuando creíamos tener todas las respuestas, cambiaron las preguntas". Sontag lo dijo a su manera: "El dolor es inevitable, pero su puesta en escena es optativa". Hoy la pregunta es: ¿realmente honramos lo perdido negando lo que aún nos sostiene? 

El verdadero homenaje está en no permitir que el dolor eclipse toda posibilidad de consuelo.

LA OSADÍA DE ESCRIBIR: ¿Acto de libertad o locura sin cartón’? 30

“La osadía de escribir: ¿Acto de libertad o locura sin ‘cartón’?”

https://diarioviral.pe/opinion/la-osadia-de-escribir-acto-de-libertad-o-locura-sin-carton-45542


¡Voy a ser escritor! Planta la cara Mario ¡Horror! Grita la mamá y el papá echa furia por los ojos. La exclamación, que bien podría ser sacada de alguna telenovela, resuena hoy, con una mezcla de osadía y vértigo. La sociedad moderna, pragmática hasta la médula, nos interroga con el ceño fruncido: ¿Escritor? ¿Acaso no aspiras a la seguridad de tener un "cartón", a una profesión respetable?

Filosóficamente, esta inquietud nos remonta a la eterna tensión entre el poiesis aristotélico, el acto creativo que moldea la realidad, y la necesidad de una función socialmente reconocida. Desde la neurociencia, comprendemos que el impulso escritural reside en intrincadas redes neuronales, un anhelo por ordenar el caos interno, por dar forma lingüística a las confusiones de la conciencia. Es una pulsión que desafía la lógica lineal del hemisferio izquierdo, buscando la expansión metafórica y emocional que reside en el derecho.

¿Por qué, entonces esta "irresistible" necesidad? Quizás, porque la escritura es un acto de profunda libertad, una rebelión silenciosa contra los barrotes del miedo y la autocensura. Cada palabra trazada es un intento de comprender y compartir la intrincada red de emociones que nos define como humanos. El escritor se aventura en un territorio incierto, lanzando mensajes al éter sin garantía de resonancia. Pero, es en esa entrega, en ese acto de "prestar" el mundo interior, donde reside una forma singular de trascendencia. Al final, la escritura no busca un certificado, sino la improbable alquimia de tocar, aunque sea fugazmente, el alma de otro.

 

viernes, 15 de agosto de 2025

DEL "Mi mamá me mima" al "Mar que me invento". La escritura como acto de libertad (29)


El 'mi mamá me mima' es la cuna, el primer chapuzón en el mar de las palabras. A los cinco años, el libro Coquito me dio el abecedario, un juego mecánico de sílabas y garabatos. Era un lenguaje funcional, pero en ese ejercicio monótono sucedió la primera revelación: las letras dejaron de ser simples signos para convertirse en puertas. Como cuando mi padre me soltó en las olas de Pacasmayo, entendí que el verdadero aprendizaje es un impulso inicial para luego bailar a tu manera.

 

Se dice que solo el 1% de las personas escribe literatura. No es que sean genios: son los que decidieron ver en las palabras no solo herramientas, sino ‘ladrillos de mundos nuevos’. *Coquito* me dio el alfabeto, pero fue la escritura emocional —esa que recomiendan los terapeutas, la que no juzga comas ni metáforas— la que me enseñó que podía expulsar rabia en un cuaderno o dibujar con adjetivos el olor a salitre de mi infancia. Sancho Panza al lado de don Quijote, esta escritura libre es el compañero rudo pero leal que nos prepara para lo otro: la literatura, donde lo visceral se labra con paciencia de artesano. 

Nadie escribe desde el vacío. Mis primeras frases tenían el ritmo de los cuentos que me leían, igual que mi padre, al soltarme en el mar, confiaba en que yo ya sabía flotar, porque él antes me había sostenido. Escribir es pagar esa deuda invisible: usar lo aprendido para construir algo personal. ¿Por qué resistirse? Si millones aprendimos con *Coquito*, ¿cuántos universos faltan por narrarse? Un poema sobre la tienda de la esquina, un relato de la abuela que habla con las plantas, un diario donde el insomnio se vuelve personaje. 

Instrucciones para empezar

1.Descubrir primero: Subraya frases de libros que te estremezcan. 

2. Escribir feo: Permítete textos caóticos; la literatura llegará después. 

3. Buscar tu Pacasmayo: ¿Qué paisaje, real o inventado, te hace sentir como ese niño frente al mar? 

El lenguaje no es solo para informar: es para “hacer aparecer” lo que no se puede decir en voz alta. El 99% usa palabras para navegar; el 1% restante las convierte en barcos. ¿A qué playa llegarás? 

¿Y tú? ¿Qué mundo guardas en la punta de los dedos?
 

EL ENOJO QUE NOS ENFERMA (28)

El enojo que nos enferma

La mañana amanece fría y con prisa. Son las 7:17 AM y en una esquina cualquiera de la ciudad, dos autos acaban de chocar. No es un accidente grave —pequeñas rayaduras y abolladuras— pero, lo que sigue es un espectáculo tan predecible como peligroso: dos conductores salen de sus vehículos convertidos en volcanes humanos, la sangre hirviéndoles en las venas, las palabras afiladas como cuchillos. 

Lo que ninguno de ellos sabe es que, mientras discuten, sus cuerpos libran una batalla invisible. 

En el instante del impacto, sus cerebros activaron la amígdala cerebral —esa región diseñada para salvarnos de algún peligro, pero no de imprudencias viales— y comienza a liberar adrenalina y cortisol a raudales. El problema no es la reacción inicial —es biología pura— sino lo que viene después: el enojo que se estanca, que se rumia, que se alimenta a sí mismo. Mientras estos hombres se insultan, el cortisol sigue fluyendo, debilitando sus defensas inmunológicas, inflamando sus arterias, alterando su presión arterial. Es un veneno de acción lenta, y ellos lo beben voluntariamente. 

Estudios en Harvard y Stanford lo confirman: un episodio de ira intensa puede: 

- Triplicar el riesgo de un ataque al corazón en las siguientes dos horas. 

- Debilitar el sistema inmunológico por hasta 24 horas. 

- Acelerar el envejecimiento celular. 

Y lo más irónico: todo esto ocurre mientras el objeto de su furia —el otro conductor— sigue su vida, ajeno al daño que ha desatado. 

¿Cómo Romper el Ciclo?

Respira antes de reaccionar: Tres segundos inhalando, seis exhalando. Es el tiempo que necesita el cerebro para "desactivar" la amígdala. 

Cambia el guion: En lugar de ¡Me arruinó el día!, prueba con: "Fue un susto, pero estoy bien". 

Usa el humor: "Este tipo maneja como si tuviera un avión esperándolo". Reír reduce el cortisol al instante. 

Vivimos en una ciudad donde el estrés es el pan de cada día, donde el tráfico, la economía y las prisas nos vuelven bombas de tiempo emocionales. Pero cada vez que elegimos envenenarnos con ira, pagamos un precio que va más allá de un día arruinado: es nuestra salud la que está en juego. 

La próxima vez que el volcán de tu enojo amenace con entrar en erupción, recuerda: ‘el único que, siempre sale perdiendo eres tú.  

LA TIRÁNICA DIFICULTAD DE DECIR "NO" (y cómo revertirla) (27)

La tiránica dificultad de decir “no” (y cómo revertirla)


Cada vez que ingreso a una tienda de ropa, algo en mí se encoge. No es el precio lo que me aterra, sino el momento en que la dependienta se acerca y exclama: ¡Le queda perfecto! Preguntar cuánto cuesta se siente como firmar un contrato tácito. Si luego no lo compro, su mirada decepcionada me hace sentir un traidor. ¿Por qué algo tan simple —decir "no, gracias"— se convierte en un suplicio? 

Antropológicamente, somos prisioneros de la reciprocidad. Como explicó Marcel Mauss en *El don*, los intercambios crean ‘deudas simbólicas’. Al tocar la prenda y aceptar el elogio, activamos un ritual ancestral: la vendedora ofrece un ‘regalo’ (atención, halagos), y rechazarlo rompe el pacto social. En culturas como la nuestra —tejidas sobre la cordialidad—, negarse equivale a una pequeña herejía. 

Neurológicamente, la culpa tiene dirección precisa: la amígdala dispara alertas ante el posible conflicto (¿me verá grosero?), mientras el núcleo accumbens. anhela la recompensa de ser bueno y aceptado. Decir "sí" libera dopamina (placer inmediato); el "no" exige que la corteza prefrontal domine esos impulsos, un esfuerzo que cansa. 

Pero, hay un antídoto, el pensamiento estoico:

1. Dicotomía del control: "Lo que depende de ti es tu decisión; lo que no, es su reacción". Comprar o no es tu ‘esfera de control’*; su decepción, no. 

2. Virtud sobre apariencia: ¿Es justo contigo mismo gastar por presión? La templanza estoica prioriza necesidades reales sobre halagos efímeros. 

3. Ama tu destino: Si su rostro se nubla, acepta ese malestar como parte natural de la vida. Como escribió Séneca: El dolor es inevitable, el sufrimiento opcional. 

Liberarse de la Jaula de la Cordialidad. 

Decir "no" no es egoísmo: es ‘integridad negociada’. La auténtica libertad nace al soltar la tiranía de la aprobación ajena. Hoy, en un mundo hiperconectado, este acto es más revolucionario que nunca. 

La próxima vez que una camisa le quede "perfecta", recuerde: usted no debe nada. Sonreír, agradecer y declinar con firmeza no es rudeza, sino el coraje de vivir conforme a la razón. Como resumía Epicteto: Si buscas la libertad, aprende a decir no. O seguirás siendo un esclavo. 

 

LOS AUSENTES QUE HABITAN EN MÍ (26)

Cuando a quienes amamos se hacen parte de nosotros


En el trajín diario, en la incesante prisa de nuestro "ahora", pocas veces nos damos permiso para una pausa. Una pausa para la quietud, para ese viaje íntimo hacia nuestro interior. Y es precisamente allí, en ese espacio sagrado, donde habitan silenciosamente aquellos que ya no caminan a nuestro lado, pero que, de alguna forma mágica, jamás se fueron.

Piensen en ello: ¿cuántas veces han sentido la presencia de la abuela al preparar una receta, la voz de un amigo en un consejo repentino, o la risa de un ser querido en un momento de alegría? No es una mera memoria; es una reverberación profunda, una extensión de su ser dentro del nuestro. Es fascinante cómo lo que alguna vez estuvo en el "mundo exterior" —la mirada tierna, el abrazo sincero, la lección aprendida— ahora reside en nuestro "mundo interior", tejido en la fibra misma de lo que somos.

Desde la neurociencia, sabemos que cada experiencia, cada interacción, modela nuestras redes neuronales. Las personas que amamos, que nos enseñaron, que nos desafiaron, no solo nos dejaron recuerdos; dejaron huellas químicas y conexiones eléctricas que nos transformaron. Son, literalmente, parte de nuestra arquitectura cerebral, influyendo en nuestras decisiones, en nuestras emociones, en nuestra percepción del mundo. Como decía el filósofo Martin Buber, "El Yo se hace en el Tú". Somos, en gran medida, la suma de nuestros encuentros.

Y desde una visión más filosófica, ¿acaso no es un lujo extraordinario haber coincidido en este sendero vital con almas que nos regalaron su confianza y su cariño? Fuimos inmensamente privilegiados. Nos hicieron más grandes, más completos, más humanos. Cada alegría compartida, cada tristeza superada con su apoyo, nos esculpió. No solo nos enseñaron a vivir; nos mostraron la belleza de ser, de amar y de trascender.

Así que, la próxima vez que el mundo les pida correr, deténganse. Respiren hondo. Cierren los ojos. Y permitan que ese eco interior, ese susurro de gratitud los inunde. Es una conexión inquebrantable, una certeza de que, aunque el cuerpo se ausente, la esencia de aquellos que nos moldearon vive por siempre en el santuario de nuestra alma. Un lujo, sí, un milagro cotidiano.

 

LA SABIDURÍA DE LA SILLA TAMBALEANTE. POR UN APRENDIZ DE 69 AÑOS (25)

Esta mañana, mientras el mundo sigue atrapado en su vorágine, yo cometí un acto de insumisión: estaba sentado en la silla del comedor y la incliné hasta apoyarla solo en dos patas. Por un instante, quedé suspendido, el riesgo de caer se convirtió en alegría pura. No era euforia, sino algo más profundo: la certeza de que, a veces, desobedecer las reglas del ‘deber ser’ es el camino más directo hacia uno mismo. 

 A mis 69 años, ese gesto aparentemente infantil me reveló algo esencial: el bienestar no es un destino, sino la artesanía de vivir despierto. No se encuentra en grandes conquistas, sino en estos pequeños atajos, donde el tiempo se quiebra y todas nuestras edades convergen: el niño curioso, el joven rebelde, el anciano que sabe que la vida es frágil y hermosa. 

 Nos han vendido el bienestar como un lugar: "Llegarás cuando tengas X, cuando logres Y". Pero, yo les digo, desde mi silla tambaleante: es una forma de caminar. Es la decisión de: 

- Buscar grietas en la rutina (como saborear el café y hacer eterno el primer sorbo). 

- Escuchar el coro de tus propias voces interiores (esa soledad, donde te sientes más acompañado). 

- Regalarte alegrías sin justificación (bailar solo, reírte de nada, equilibrar sillas). 

 Esta insumisión no es violencia, sino poesía práctica. Es rebelarse contra la tiranía de lo establecido: contra quienes dicen ‘a tu edad, eso no se hace’. ¿Acaso no es más absurdo envejecer como mueble arrinconado, sin desafiar la gravedad? 

Hoy propongo un manifiesto mínimo: 

1. Practica micro-rebeliones: rompe un hábito trivial (usa calcetines distintos, escribe con la mano izquierda). 

2. Habita tus grietas: cuando la nostalgia llame, no la ahuyentes. Invita a tu yo de 10 años a conversar con el de hoy. 

3. Regálate existencia: la alegría más verdadera es la que nace de darte permiso para ser. 

Al levantarme de la silla, comprendí que no buscaba equilibrio, sino la libertad de tambalearme sin miedo. El bienestar no es una meta: es el arte de caer hacia arriba o ver que las raíces hacen cosquillas al cielo. 

¿Te atreves a desestabilizarte? 

 

 

EL ARTE DE PASEAR CON UNO MISMO (24)


El arte de pasear con uno mismo

Hay mañanas en las que caminar no es solo moverse, sino ‘habitarnos’. El hombre que recorre el parque al alba, respirando el aroma fresco de las hierbas, no avanza hacia un destino, sino hacia sí mismo. Los recuerdos llegan como flechas que lo visitan sin aviso: amigos que fueron hermanos, risas que aún resuenan, versiones de su yo que parecen aguardarlo en los pliegues del tiempo. No es nostalgia; es filosofía en acto. 

San Agustín escribió (me trae recuerdos de mi universidad, la UNSA), el pasado no se va, sino que ‘reside en la memoria, presente en su presente’. Este paseante no huye del hoy, sino que expande su ahora al dejar que lo vivido dialogue con él, una manera de darse la mano entregando memorias. No es un escape, sino una forma superior de atención, cercana a lo que Bergson llamó ‘duración’: ese tiempo elástico —me hace recordar a la masa que estiraba mamá para hacer su keke— donde los momentos no se suceden, sino que se insertan. 

Hay algo de Nietzsche en este ritual. Si el eterno retorno fuera cierto, cada evocación sería un reencuentro necesario. Es como estar sentado en la mesa del alma con nuestros otros yoes. Pero, también hay algo de Proust: el perfume de las plantas actúa como la magdalena que desencadena un mundo o cuando percibimos el dulce aroma de alguna golosina de nuestra infancia, nos trae de inmediato las caritas de nuestros amiguitos y las calles por donde hicimos palomillada y media. El hombre no recuerda; vive de nuevo, y al hacerlo, se recompone. 

En esta época obsesionada con la productividad, detenerse a conversar con las propias sombras parece un lujo, una costumbre obsoleta. Pero, es en realidad, un acto de rebeldía. Schopenhauer decía que solo quien escucha su interior accede a la verdadera libertad. Este paseante lo sabe: su caminata no es ocio, sino ‘el arquitecto de un ser completo. 

Al final, el parque no es un lugar, sino un espejo. Y sus árboles, testigos mudos de ese diálogo eterno que, desde Heráclito hasta hoy, sigue siendo la única brújula fiable: el arte de ser, aquí y ahora, todos los que fuimos.

El pasado no se pierde; habita en uno. Caminar con él no es retroceder, sino aprender a respirar entre tiempos.

 

jueves, 10 de julio de 2025

LA CALLE YA NO ES NUESTRA (22)

 LA CALLE YA NO ES NUESTRA 

Recuerdo cuando la calle era nuestra. Esa franja de asfalto desgastado donde la pelota rodaba y los arcos eran dos piedras, y el partido solo se detenía cuando pasaba la mamá de algún amigo. Donde al anochecer, los mismos que horas antes gritaban goles ahora compartían cigarrillos robados y secretos adolescentes. Hoy, al volver, solo veo filas de autos, edificios sin rostro y vecinos que ni se miran. 

El cambio ocurrió mientras creíamos que progresábamos. Primero llegaron más autos, ocupando el espacio donde antes jugábamos. Luego, las casas se transformaron en edificios. Los vecinos de toda la vida se fueron o se encerraron. Los nuevos habitantes ni siquiera saludan. La seguridad que antes era cosa de todos, ahora se contrata. 

Hemos pagado caro este ‘progreso’. Cambiamos las charlas en las veredas por mensajes de WhatsApp; pasamos de partidos callejeros por gimnasios caros; renunciamos a la confianza del barrio por cámaras de vigilancia. Perdimos algo que ni sabíamos que teníamos: un lugar donde ser parte de algo. 

¿Queremos ciudades para autos o para personas? ¿Edificios inteligentes o barrios con alma?

La neurociencia explica por qué extrañamos tanto esos recuerdos: el cerebro graba las vivencias infantiles con especial intensidad emocional y, al perder esos espacios, el cerebro activa los mismos circuitos del duelo (Eagleman). La filosofía alertó este fenómeno: Marc Augé vio este fenómeno y lo denominó los "no-lugares", mientras, que Gehl , al observar el impacto social los llamó 'calles hostiles'.

Hay un fundamento esperanzador: Aristóteles decía que somos animales sociales por naturaleza, y las neuronas espejo nos impulsan a buscar conexión. Aunque, las calles cambien, la necesidad biológica y filosófica de pertenencia persiste. La nostalgia no es solo melancolía, sino una reivindicación neurológica y filosófica de espacios con significado humano.

La calle de mi infancia ya no existe. Pero, su recuerdo me hace preguntar: ¿Qué estamos construyendo en su lugar? ¿Realmente queremos vivir así? Quizás, si miramos bien, aún queden esquinas donde sembrar nuevas calles. Unas, que vuelvan a ser nuestras. 
 

sábado, 28 de junio de 2025

CUANDO EL CEREBRO PREFIERE GUARDAR BESOS Y NO NOMBRES (23)

Cuando el cerebro prefiere guardar besos y no nombres

Cuando el cerebro prefiere guardar besos y no nombres

Anoche, en un café con aroma suspendido, mi padre —mi enciclopedia humana de 95 años— me dio otra lección magistral. Disfrazada de anécdota, como siempre. La mesera nos observaba con curiosidad (¿serán hermanos, por el parecido?), mientras él, con esa mirada que atraviesa décadas, soltó la pregunta: 

—Dime, ¿por qué, se me olvidó un nombre que para mí es tan querido? 

Mientras, devoro mis ‘karamandukas’ —voy contando mentalmente las calorías—, me habló de ella: un amor de juventud, un ‘dolorcito con sabor a canción de bolero’. 

—En el velorio del señor… —comenzó—, me encontré a un amigo de mi juventud. Sin pensarlo, le dije: ¿Cómo está tu hermana? (esa chica que me hizo perder el sueño en 1950). Cuando, señaló a una señora de cabello plateado, mi mente hizo ‘crack’: el nombre se había esfumado. 

Roberto Ledesma sonaba en mi cabeza: "Qué raro, ayer te vi pasar... y a pesar de lo mucho que te amé, me puedes tú creer: se me olvidó tu nombre”. Papá tarareó la melodía y luego, con sonrisa pícara, dijo: 

—¿Será que ese bolero miente un poco? 

Le expliqué, lo que sé: la memoria emotiva (la que no falla) vive en la amígdala cerebral y el córtex prefrontal. Allí están los besos robados, las risas a escondidas. La memoria semántica (la olvidadiza) está en el hipocampo: es frágil, traicionera. 

—¿Es cómo recordar el sabor del tallarín saltado de tu mami, pero no la receta? —dijo él. 

—¡Exacto! —asentí, mientras devoraba mi cuarto ‘karamanduka´. 

Le hablé de Marcel Proust: La verdadera memoria no está en el intelecto, sino en el cuerpo. Papá lo demostró sin saberlo: recordaba la ternura de su mirada (memoria implícita), no su 'nombre' (memoria explícita). 

Entonces, vino su remate perfecto: 

—Quizás, olvidamos los nombres, pero el sentimiento queda. Como el aroma del primer café de la mañana. 

Hoy, mientras escribo, pienso que papá —con sus historias de café y boleros— enseña que la memoria no es un archivo polvoriento, sino un 'collage vivo'. Que: 

- Lo importante nunca se pierde: se transforma en silencios compartidos. 

- Los nombres son préstamos; las emociones, herencias. 

Y sí, papá lo sabe todo. Hasta cómo convertir una charla trivial en una clase de neurociencia afectiva. Con azúcar y nostalgia.  




sábado, 14 de junio de 2025

CUANDO LOS LBROS NOS LEEN: Una tumba, un renacimiento. (21)

Cuando los libros nos leen: una tumba, un renacimiento

**CUANDO LOS LIBROS NOS LEEN**. 

Entre el polvo de la biblioteca paterna, un viejo ejemplar de ‘Miguel Strogoff’ me detuvo en seco. Lo tomé para descartarlo —"ocupa espacio", "nadie lo lee"—, pero al abrirlo, el aroma del papel y mis torpes firmas de adolescente quebraron el tiempo. Reviví vecinos ya idos, partidos de fútbol, el vértigo de bailes juveniles donde rozar una mano era una epopeya. 

 



Estudios del University College London revelan que los olores y texturas activan la ‘corteza piriforme’, una región cerebral vinculada a la memoria emocional. Este libro no era solo papel: era una llave neuronal. Cada firma, cada mancha en sus páginas, funcionaba como un "punto de anclaje" que reactivaba redes completas de recuerdos. La neurocientífica Charan Ranganath explica en ‘Why We Remember’ (2024) que estos objetos actúan como ‘disparadores episódicos’, reconstruyendo no solo escenas, sino la esencia de quienes fuimos.  El antropólogo francés Marc Augé decía que los objetos cotidianos se vuelven ‘lugares de memoria’ cuando trascienden su función utilitaria. Mi padre, a sus 95 años, lo sabe: conservarlo no es acumulación, sino ‘resistencia´’. 

En la era de lo digital efímero, objetos como este —un libro subrayado, una carta— son quipus modernos que tejen pasado y presente. Mis firmas infantiles me enfrentaron a la identidad narrativa: aquel adolescente no soy yo, pero habita en mí, como escribió Pessoa.  El libro era un ‘espejo temporal’, testigo de todas mis versiones. Y en sus páginas resonaba la paradoja de Octavio Paz: “Al recordarnos, nos inventamos”. 

Hoy, cuando el ‘streaming’ y los algoritmos nos encadenan al presente, invito a buscar ese objeto —un juguete, un diario, un disco— que nos obligue a detenernos. No por nostalgia, sino por ‘soberanía cognitiva’. Como diría Hannah Arendt, "el único antídoto contra la tiranía del ahora es la memoria". 

Y, a mi padre, le diré algo distinto: "Guárdalo todo. Cada libro es una tumba y un renacimiento". 

 

 

 


sábado, 7 de junio de 2025

LA SABIDURÍA DE DETENERSE A TIEMPO (20)

La sabiduría de detenerse a tiempo


‘¿FORZAR LA MENTE HASTA QUEMARLA?’ La respuesta es una "Pausa Activa".**

En esta columna, descubrimos por qué ‘detenerse a tiempo’ no es pereza, sino sabiduría esencial. Cuando la fatiga cognitiva golpea, el autor elige mirar el jardín 🌿... y desbloquea una filosofía profunda:

✅Pausa Activa ≠ descanso pasivo**: Es un ‘acto consciente de reequilibrio’ que prioriza ‘el ser’ sobre ‘el hacer’.

✅Filosofía aplicada: Desde Josef Pieper hasta la ‘epoché’ fenomenológica: pausar es ‘reexperimentar el cuerpo’ y liberar la mente.

✅Resultados irrefutables: Rompe la ley de rendimientos decrecientes. Menos errores, más claridad y productividad *sostenible*.

🔥Frase clave:

> Para ‘hacer’ bien, primero debemos ‘estar’ bien"*.

📌Hay que desafiar la cultura del "siempre productivo". La verdadera eficacia nace de honrar nuestra humanidad. ¿Te atreves a detenerte?

🔗\#ProductividadConsciente #BienestarMental #FilosofíaDeVida #PausaActiva #EquilibrioLaboral

sábado, 31 de mayo de 2025

LA CONVERSACIÓN COMO LEGADO: LA MESA FAMILIAR (19)


COLUMNA SEMANAL "La Conversación como Legado: La Mesa Familiar". https://diarioviral.pe/.../la-conversacion-como-legado-la... ¡Donde el tiempo se detiene y las historias cobran vida!

Un bisabuelo de 95 y una bisnieta de 7 demuestran que las historias compartidas son el verdadero legado. Descubre por qué "en la mesa no se envejece". Un recordatorio de que los ausentes nunca se van del todo cuando sus historias siguen vivas.

Es tiempo de apagar el celular y encender la conversación.

La Conversación como Legado: La Mesa Familiar

En nuestro almuerzo dominical, cada detalle es un ritual sagrado: los asientos que guardaban memoria de quienes ya no estaban, los cubiertos que alguna vez sostuvieron manos, ahora ausentes. Mi padre, de 95 años, preside la mesa como bisabuelo es un patriarca sereno, Sus palabras, lentas pero cargadas de peso, aún llevaban ese no se discute de cuando éramos niños. Morgana -la bisnieta de 7 años- sorprende a todos al relatar con precisión las anécdotas familiares, interrumpiendo a veces para corregir un detalle olvidado: ‘No “abu”, primero fue el “calaverita”, después el tío Infantes’. Su voz aguda, cargada de una seguridad que desafía sus pocos años, teje el puente más improbable: entre los 95 años del bisabuelo y su floreciente infancia.

Los italianos tienen razón al decir ‘a tavola non si invecchia’ —en la mesa no se envejece—. No es que el tiempo se detenga, sino que, en ese espacio sagrado conviven todas las épocas: el bisabuelo que cuenta, la bisnieta que aprende, y los que ya no están, pero cuyas risas y dichos aún resuenan cuando alguien dice ‘el tío Mauro, siempre iniciaba sus cuentos diciendo: en los años 20 y la tía le decía ‘cambia de año, por favor’ o ‘Mamá preparaba el tallarín saltado como ella sola’.

Como escribió la filósofa Hannah Arendt, ‘el mundo se mantiene vivo a través de las historias’. Y la neurociencia lo confirma: estudios de la U. de Princeton revelan que estas conversaciones activan las redes cerebrales de la memoria y la empatía, tejiendo un puente entre generaciones. 

En un mundo que corre sin pausa, estos almuerzos son nuestra resistencia. Donde los platos se comparten, las historias se heredan, y los ausentes siguen teniendo lugar. La próxima vez, que se sientan a comer, apaguen el celular. Pregunten por esa historia repetida mil veces. Y si hay un niño cerca, déjenlo interrumpir: está aprendiendo a ser el próximo narrador. Él mantendrá viva la llama de quienes ya no están, pero que, en la mesa familiar, nunca se van del todo. 

#Legado #Familia #Historias #MesaSagrada #Conectar

 


SONRISA FORZADA O GRITO SILENCIOSO (37)

SONRISA FORZADA O GRITO SILENCIOSO En una sociedad que valora la productividad y la alegría constante, a menudo pasamos por alto una for...