Buenos Aires: Un aromático viaje entre cafés porteños
Entre la bruma que
envuelve las historias contadas sobre los cafés porteños, comencé mi andar
ligero a ritmo tanguero, buscando capturar la magnífica arquitectura de sus
añejas calles. Sabía que el encanto de estos emblemáticos cafés, bastiones de
la cultura argentina, harían que mi incursión sea más vívida de lo que había
imaginado.
Ya había estado en
dos cafés con mi compañera de aventuras, Liliana Bianco, en Caseros, y fueron
experiencias magníficas, pero gran parte de la magia fue por su fina compañía.
Ahora, emprendía este viaje en solitario, con toda mi mochila de expectativas a
cuestas.
En la cuadra 16 de Corrientes, comenzó a llover y tuve que pararme bajo la cornisa del teatro Astral, mientras espero a que abra el Café "Gato Negro". Son las 9:00 am. cruzar el umbral bajo su candil fue como ingresar a otra época (el café se fundó en 1928), justo lo que anhelaba. Sentado entre el mobiliario antiguo, maderas nobles, pisos desgastados por los pasos de tantas generaciones y las sillas vienesas con esterillas (a mi padre le hubiera encantado estar aquí), era fácil imaginar las apasionadas conversaciones de intelectuales, artistas, poetas y la gente común que traían consigo sus ricas historias atesoradas a lo largo de los años. En el ambiente flotaban pulsos y sentires añejos. La atención fue fina y cortés. Afuera, la lluvia continuaba, mientras el café con leche invitaba a deleitarse con las medialunas. En ese momento, sentí una mirada sobre mí. Los selectos parroquianos estaban enfrascados en sus asuntos, pero la sensación de ser observado persistía. Giré y vi la astuta cara del gato negro, ubicado en lo alto, al centro, observando todo con seriedad.
El emblemático Café
Bar Saeta, esquina de Chile y Perú, con su aroma a café recién tostado, es un
ícono recuperado después de 23 años de abandono. Víctima de un incendio y
vandalizado, estuvo a punto de ser demolido, pero gracias a la restauración del
actual propietario, Lucas Pérez, volvió a la vida. Un lugar donde cada mesa es
un mundo y sus ocupantes le dan esa peculiar atmósfera de extraña cercanía.
Mientras disfrutaba de mi factura con dulce de batata (camote) y un café con
leche perfecto, el ambiente bohemio me invitaba a perderme en elucubraciones
sobre el tema de conversación de los comensales. El mozo que atiende es un caso
aparte, presto, alegre, dicharachero hace uno se sienta el centro de atención.
Llegar a la
imponente fachada del Tortoni, con su imponente fachada y aire
señorial, me transportó a las imágenes de la Belle Époque porteña, pude
contemplarla a mi regalado gusto, porque, tuve que esperar más de veinte
minutos para ingresar. Entre dorados y mármoles, me deleité con un café vienés
y una tradicional medialuna de queso, sintiendo la presencia de grandes figuras
del pasado que habían frecuentado este emblemático café. Estar en sus regios
salones entre distendidas conversaciones colmó en mucho mi ansiado deseo de
conocer este ícono de la cultura argentina.
Visité otros lugares
interesantes como La Panera Rosa, en la zona de
Palermo, un oasis de tranquilidad en medio del ritmo vertiginoso de la ciudad
me cautivó con su decoración vintage y su ambiente acogedor. Saboreando un Malbec
y un sándwich gourmet, frente al río de la Plata disfruté del espacio que
invitaba a la reflexión y la conexión con uno mismo, fue inevitable que me
pusiera a escribir un poema.
No es un café,
pero, estaba en la lista de los infaltables “Las Cuartetas” con las mejores
pizzas del centro bonaerense. La noche es calurosa y la gente entra y sale como
si fuera un centro comercial; por suerte, no tuve que esperar mucho; así que,
el Cabernet Sauvignon helado cayó fabuloso para degustar una espectacular
pizza. Realmente, muy satisfactorio.
En Colonia de
Sacramento (Uruguay) una península en el río de la Plata, un lugar sacado de
las novelas con calles
adoquinadas, casas coloridas hablan de su pasado portugués y español. Aquí,
pude probar el delicioso y espectacular sándwich llamado “chivito” que trae un
impresionante y jugoso filete fino de lomito de ternera a la plancha, cortado
en mariposa en el atractivo restaurante “Buenos amigos”. Faltaba poco para ir
al puerto y tomar el ferry de retorno a Buenos Aires, en eso, entran un grupo
de parroquianos, muy apurados y nerviosos, para que los atiendan, el tiempo
apremia. Uno de ellos le dice al mozo de ellos
-¿Qué es lo
más rápido que tienes? -El mozo no dudó en responderle.
-Un conejo
-Las risas adornaron los cálidos y cómodos ambientes de “Buenos Amigos”.
-
Finalmente, La Poesía, con su aire intelectual y bohemio, me dio el
“toque final” para navegar en la atmósfera perfecta y sumergirme en la obra de
un poeta argentino junto a un café negro y las últimas medialunas. El murmullo
de conversaciones y el tintineo de las tazas fue la música que despierta la
inspiración, pero, también la finalización de esta alucinante incursión en el
país de San Martín.
No fueron solo
cafés, son pasos que di en rincones de espacios donde la vibrante memoria y
nostálgica relata historias por contar e invita a crear. En cada taza están
esas eternas conversaciones de quienes, como yo, buscamos construir mundos para
uno y para los que deseen leernos. Los cafés porteños conectan con la cultura,
la historia y el alma de Buenos Aires. Un viaje sensorial que me ha dejado un agridulce
sabor y una cisura que es el anhelo por volver a recorrer sus calles y
sumergirme en su magia.