domingo, 1 de diciembre de 2024

UN CAFÉ EN BUENOS AIRES

 

Buenos Aires: Un aromático viaje entre cafés porteños

Entre la bruma que envuelve las historias contadas sobre los cafés porteños, comencé mi andar ligero a ritmo tanguero, buscando capturar la magnífica arquitectura de sus añejas calles. Sabía que el encanto de estos emblemáticos cafés, bastiones de la cultura argentina, harían que mi incursión sea más vívida de lo que había imaginado.

Ya había estado en dos cafés con mi compañera de aventuras, Liliana Bianco, en Caseros, y fueron experiencias magníficas, pero gran parte de la magia fue por su fina compañía. Ahora, emprendía este viaje en solitario, con toda mi mochila de expectativas a cuestas.






En la cuadra 16 de Corrientes, comenzó a llover y tuve que pararme bajo la cornisa del teatro Astral, mientras espero a que abra el Café "Gato Negro". Son las 9:00 am. cruzar el umbral bajo su candil fue como ingresar a otra época (el café se fundó en 1928), justo lo que anhelaba. Sentado entre el mobiliario antiguo, maderas nobles, pisos desgastados por los pasos de tantas generaciones y las sillas vienesas con esterillas (a mi padre le hubiera encantado estar aquí), era fácil imaginar las apasionadas conversaciones de intelectuales, artistas, poetas y la gente común que traían consigo sus ricas historias atesoradas a lo largo de los años. En el ambiente flotaban pulsos y sentires añejos. La atención fue fina y cortés. Afuera, la lluvia continuaba, mientras el café con leche invitaba a deleitarse con las medialunas. En ese momento, sentí una mirada sobre mí. Los selectos parroquianos estaban enfrascados en sus asuntos, pero la sensación de ser observado persistía. Giré y vi la astuta cara del gato negro, ubicado en lo alto, al centro, observando todo con seriedad.

El emblemático Café Bar Saeta, esquina de Chile y Perú, con su aroma a café recién tostado, es un ícono recuperado después de 23 años de abandono. Víctima de un incendio y vandalizado, estuvo a punto de ser demolido, pero gracias a la restauración del actual propietario, Lucas Pérez, volvió a la vida. Un lugar donde cada mesa es un mundo y sus ocupantes le dan esa peculiar atmósfera de extraña cercanía. Mientras disfrutaba de mi factura con dulce de batata (camote) y un café con leche perfecto, el ambiente bohemio me invitaba a perderme en elucubraciones sobre el tema de conversación de los comensales. El mozo que atiende es un caso aparte, presto, alegre, dicharachero hace uno se sienta el centro de atención.

 

Llegar a la imponente fachada del Tortoni, con su imponente fachada y aire señorial, me transportó a las imágenes de la Belle Époque porteña, pude contemplarla a mi regalado gusto, porque, tuve que esperar más de veinte minutos para ingresar. Entre dorados y mármoles, me deleité con un café vienés y una tradicional medialuna de queso, sintiendo la presencia de grandes figuras del pasado que habían frecuentado este emblemático café. Estar en sus regios salones entre distendidas conversaciones colmó en mucho mi ansiado deseo de conocer este ícono de la cultura argentina.



Visité otros lugares interesantes como La Panera Rosa, en la zona de Palermo, un oasis de tranquilidad en medio del ritmo vertiginoso de la ciudad me cautivó con su decoración vintage y su ambiente acogedor. Saboreando un Malbec y un sándwich gourmet, frente al río de la Plata disfruté del espacio que invitaba a la reflexión y la conexión con uno mismo, fue inevitable que me pusiera a escribir un poema.

 


No es un café, pero, estaba en la lista de los infaltables “Las Cuartetas” con las mejores pizzas del centro bonaerense. La noche es calurosa y la gente entra y sale como si fuera un centro comercial; por suerte, no tuve que esperar mucho; así que, el Cabernet Sauvignon helado cayó fabuloso para degustar una espectacular pizza. Realmente, muy satisfactorio.



En Colonia de Sacramento (Uruguay) una península en el río de la Plata, un lugar sacado de las novelas con calles adoquinadas, casas coloridas hablan de su pasado portugués y español. Aquí, pude probar el delicioso y espectacular sándwich llamado “chivito” que trae un impresionante y jugoso filete fino de lomito de ternera a la plancha, cortado en mariposa en el atractivo restaurante “Buenos amigos”. Faltaba poco para ir al puerto y tomar el ferry de retorno a Buenos Aires, en eso, entran un grupo de parroquianos, muy apurados y nerviosos, para que los atiendan, el tiempo apremia. Uno de ellos le dice al mozo de ellos

-¿Qué es lo más rápido que tienes? -El mozo no dudó en responderle.

-Un conejo -Las risas adornaron los cálidos y cómodos ambientes de “Buenos Amigos”.  

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Finalmente, La Poesía, con su aire intelectual y bohemio, me dio el “toque final” para navegar en la atmósfera perfecta y sumergirme en la obra de un poeta argentino junto a un café negro y las últimas medialunas. El murmullo de conversaciones y el tintineo de las tazas fue la música que despierta la inspiración, pero, también la finalización de esta alucinante incursión en el país de San Martín.


No fueron solo cafés, son pasos que di en rincones de espacios donde la vibrante memoria y nostálgica relata historias por contar e invita a crear. En cada taza están esas eternas conversaciones de quienes, como yo, buscamos construir mundos para uno y para los que deseen leernos. Los cafés porteños conectan con la cultura, la historia y el alma de Buenos Aires. Un viaje sensorial que me ha dejado un agridulce sabor y una cisura que es el anhelo por volver a recorrer sus calles y sumergirme en su magia.

 

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