Nuevamente, aparece la fisura de tiempo me filtro, sé que me va a doler, pero, me dejo llevar una vez más. Por enésima vez estoy en Raizla y dentro de mi juvenil cuerpo. Esta vez, aparezco en la esquina de su sala. Está repleta de muchachos y guapas chicas. El motivo de la fiesta es el cumpleaños de su hermanita menor. La fiesta está en todo su furor “Rock your babe” hace que nos contorsionemos a todo ritmo. Han pasado varios meses desde que la había conocido en el verano. Comenzó el año escolar y ella regresó a su casa a un distrito lejos del mío. A pesar de eso, comencé a ir a visitarla, tomaba dos buses para llegar a su casa. Cada vez, la sentía más cercana, pero, era difícil estar a solas, sus hermanitos pasaban a cada rato para darnos un “ojito”. Mientras, poníamos discos conversábamos de música y yo le contaba mis historias. Pero, ahora, en la fiesta con tanta gente no me sentía muy seguro y a ella la veía diferente, más bonita e inalcanzable.
Vino el lento de “Bluebird” de Paul Mc Cartney, imposible
desaprovechar la oportunidad de no estirar mi mano y pedirle que baile conmigo.
La abrazo, muy despacito, los compases endulzan el momento y en cada uno de mis
respiros bebo de su hermosura. Ahora, tengo que dar el siguiente paso, mis
sienes laten, cierro los ojos (cobarde, yo) y con el temor que me está haciendo
perder el paso del baile aprovecho que gira el rostro para decirle:
―Tengo que decirte algo. ―Ha sido mi
pronunciamiento más difícil y complicado que he dicho en años.
―¿Qué, cosa? ―Su cristalina voz es diáfana y transparente su mirada
tiene ese dulce color marrón que me desarma y descompagina. Ella sonríe y lo
está haciendo para mí. Eso renueva mis exiguas fuerzas y uso como pista su
cándida mirada para deslizar mi voz que sale del borde de mi abismo.
―Tengo que decírtelo, afuera. ―Con esos
ojos que me han capturado y el leve movimiento de su cabeza, asiente. En mi
loca emoción comienzo a salir primero entre todos los invitados que llenan la
sala y el comedor. Llegando a la puerta me doy cuenta de que ella va detrás,
espero a que avance, mi miedo me hace descortés. La música está en su furor. Caminamos
por el poco iluminado pasillo de la Quinta Raizla, para mí, es como transitar
el “pasillo de la muerte” de los condenados. Llegamos al filo de la entrada, la
calle está llena de carros y personas. Al fin, estamos solos, la tengo al
frente, comienzo a abrazarla con mis ojos , ella…
He repasado, tantas veces, este episodio que, cada vez,
que lo evoco siento que he perdido muchas escenas. El paso del tiempo ha sido
un naufragio mental, estoy desesperado, porque, no logro recuperar varios de
esos momentos, hago que mi cerebro intente buscar en los recónditos lugares de
mi memoria y lo único que he conseguido en cada regresión es ir perdiendo
detalles.
Bueno, imagino que desean saber que sigue. Prosigo.
Su bello y perfilado rostro, de suave tez con tono marfil
vainilla me enajena, está atento a lo que tengo que decir. Y, la verdad es que,
tal vez, palabras más o menos le dije con mi voz que salió de lo profundo de mi
alma.
―Desde que te conocí, solo, pienso en ti, tu imagen la
tengo fija aquí (con mi índice señalo mi sien) sé que te tendré para siempre. No
sabes la alegría que tengo cuando junto dinero para mis pasajes, ese día se
hace diferente, todo es más alegre. Cuando te llamo por teléfono y van a tu
casa para avisarte, tiemblo de miedo que no respondas mi llamada o me digan que
no estás. Pero, cuando contestas tu voz parece canto de angelitos. Hago un
silencio y despacito respiro profundo y, sin más, disparo como metralleta la
pregunta.
―¿Quieres estar conmigo? ―Mis ojos
se clavan en ella, trato de adivinar por sus gestos la respuesta que no tarda
en llegar.
―Tengo que pensarlo, te diré en dos días. ―Se
desploma mi castillo de ilusiones, pero, su voz tiene sabor a radiante mar y su
tono de miel hace que no me sienta tan perdido.
―¿No puedes darme algún adelanto?
―Bueno ―su sonrisa me enseña el paraíso.
―Tienes el 99% de que sí ―Mi esencia salta del acantilado de la
pasión, no quiero
que se termine el momento, gozo con el delirio. Me
despido lo más rápido que puedo, porque, ya está acercándose el último bus.
Corro, vuelo para sentarme y recordar, una y otra vez, este precioso momento,
flota la pasión. Tengo el 99% de que me diga sí, tengo al mundo.
El bus, casi, está vacío, me siento en la última fila y
me pongo a recordar las recientes escenas. En eso, mi cara se transforma cuando
mi cerebro expone la posibilidad del 1%, se rasga mi alma y a mi momento se le
está yendo el color. No puede ser que el 1% pueda robarme mi alegría. Conforme avanza
el bus los números 99 y 1 comienzan a tener el mismo valor en la balanza de mi
trémula ansiedad. ¡No puede ser! Esto se
puede acabar
sin comenzar.
En cada
visita de tiempo, cada vez, recuerdo menos y eso me mata. Aún, escucho la
música que llevo, aunque, haya dejado de sonar.
―¿Si vuelvo a encontrar otra fisura de tiempo?
―¿Volveré a saltar?
―¡Seguro que sí!
―Aunque, sea por el 1%
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