ROMA
Hay caminos
que te despiden y claman por un último recorrido. El ruido de las ruedas de
nuestras maletas sobre las baldosas que han detenido incontables pasos nos pide
detenernos un instante para contemplar las casas flotantes sobre el verde mar
que juega con los destellos del impaciente sol. Son las 16:00 h y tenemos que
seguir avanzando a la vera del Gran Canal con rumbo a la estación Santa Lucía.
Viajaremos por tren hasta Roma Termini, serán casi cuatro horas de viaje. Con
mayor experiencia ubicamos el número de tren y vagón que nos corresponde. Nuevamente,
colocamos las maletas en el espacio acondicionado para el efecto y cómodamente
sentados con mesas para recargar equipos decimos adiós a la bella Venecia. Estamos
por llegar a Bologna, hay pocos pasajeros en nuestro vagón la mayoría son
parejas que están enamorados de sus celulares; así, ha sido en casi todos los
lugares que hemos estado, esta moda de interactuar parece que se practica en
todo el planeta. El aviso luminoso parpadea en mi imaginario ¡ROMA! Repito su
nombre y me encuentro hablando como Morgana ―¡No me lo puedo creer!― una vez que descendemos y caminamos pasillos
tras pasillos comenzamos con el ritual de ver al celular para que nos oriente y
señale dónde está nuestro hotel. Avanzamos con las maletas unas cinco cuadras y
llegamos al hotel (es una gran idea buscar el alojamiento cerca de los
terminales del tren y el metro, se hace necesario para movilizarse con
comodidad) y no solo eso, la estación Termini está en el centro de Roma que está
rodeado por una gran autopista orbital de 68,2 km que forma un anillo alrededor
de la ciudad en donde están gran parte de los principales atractivos romanos. Muchas
de las calles son como las imaginaba, hay gran cantidad de motos y, oír el
italiano parece que entiendo todo ―ja, ja, ja― nos registramos y ya estamos en
la calle, la noche es joven. Un poco a la suerte tomamos la vía Magenta; en
eso, el aroma a anticuchos nos pasa la voz es el restaurante Lima con varios
clientes que “se regalan” con la comida peruana. Disfrutando la caminata
llegamos a la vía Gaeta al restaurante “La famiglia” fue una atinada elección.
Un lugar donde estuvimos muy cómodos y, sobre todo, disfrutamos de deliciosas pastas,
dejamos de conversar para saborear hasta el último fideo. El vino fue el punto
de equilibrio para esta alegre cena con un peculiar toque italiano, a cargo de
la persona que nos atendió, gentil, ameno, amigable y entretenido fue un buen
inicio.
El sol aparece de a
pocos entre algunas nubes algo obscuras. La gente circula por las calles, muchos
van a trabajar, nos cruzamos con unas monjitas que dan una pincelada
cinematográfica al pasar junto a las casas llenas de flores. Salimos del metro
y seguimos al enorme grupo de gente que va al mismo destino nuestro, el Coliseo
Romano. Verlo tan cerca se hace imponente, no por la altura, sino, por la
trascendencia histórica. Hay una maratón tenemos que esperar que haya un
espacio para cruzar la vía Labicana. Ahora, a comprar los tiques para el
ingreso, una larga fila de personas que sube hasta media colina nos dice que
debemos alinearnos. Ni modo, a todo sitio que hemos ido hay que hacer filas, la
cantidad de turistas en todo lugar no deja de ser impresionante. Al comprar los
tiques te indican la hora de ingreso (14:30) son las 11:00 am y la fuente de Trevi
está a treinta minutos; así que, enrumbamos por la vía dei Fiori Imperiali. Un estallido de arte nos alcanza
al doblar cada una de sus inquietantes esquinas. Ya en la amplia vía pasamos a ser parte del nutrido grupo
de turistas que van a pie, en bicicletas, scooteres, cero automóviles; entre
el río de gente se ve la basílica de Santa Francesca.
―¡En eso! ―Las ruinas
del Imperio Romano es un encuentro soñado, estar frente a ellas me despiertan emociones
indescifrables con una sonoridad que se impregna en todo mi ser. Ya nos hemos
acostumbrado a caminar uno tras otro, adelante va Vannia es la guía, sigue
Nelia, tras ella Fiore con Morgana, yo cierro la Troupe así, nos
cuidamos en cada momento; salvo, cuando Morgana corre de un lado a otro.
A nuestra izquierda está
el artístico monumento a Vittorio Emanuelle II (controvertido en su
construcción), nos faltan ojos para ver tantas reliquias, el Campidoglio, el Foro
de Augusto y el Foro Traiano son impresionantes. Terminada la vía giramos a la
derecha y nos internamos por las características calles italianas, esas, que
nos muestran en las películas, llenas de plantas, bares, restaurantes,
adoquines que tapizan su atrayente suelo y el incesante paso de turistas. Caminas y vas redirigiendo la
mirada entre obeliscos, plazas, iglesias y gradas que se sobrecogen y te dan un
ritmo que parece alargar o reducir los pasos. Cada una de las calles te
permiten ver al final, a manera de “remate”, alguna belleza.
Parece que la vía se
estrecha, en realidad es que hay bastante gente, el tumulto nos dice que ya estamos
frente a la famosa fuente de Trevi. Ahora, tenemos que ver la forma de
acercarnos, nos ubicamos en las gradas de la iglesia de los Santos Vicente y
Anastasio, desde ahí, vemos por donde podemos acercarnos a la fuente de Trevi
que está repleta de gente. Aprovechamos el momento para admirar la riqueza
arquitectónica de la fuente. Es un edificio que parece que se derrumba y se hace roca
(conjunción de la arquitectura con la naturaleza) con los caballos salvajes y
las impresionantes estatuas que resaltan la armonía y belleza muscular, da la
sensación de que están en pleno movimiento. Al acercarnos y lanzar nuestras
monedas nos captura el canto a la vida y al agua y pedí con mucho énfasis… ―Sí, pedí eso.
Fuimos a
almorzar a en L´anticca pizzeria di Trevi en la Vía Lucchesi, de ahí, rumbo al
Coliseo a paso ligero, la hora nos apura.
Comenzamos
a ingresar al coliseo, la misma sensación cuando uno va al estadio a ver un
partido de futbol. Solo, que aquí va a correr sangre. Cuántas imágenes guardadas
cuando era niño se quedaron atónitas al estar al pie de este coloso de casi dos
mil años. Estoy en pleno centro de la Roma pagana. Parado sobre el tabladillo
que estuvo cubierto de arena hace algunas centurias donde se enfrentaron los
profesionales de las gladias, es fácil imaginarse las pulsaciones que se
vivieron en este recinto. Mientras, unos tenían que luchar por su vida una
desaforada multitud rugía, más fuerte que las fieras que soltaban para
enfrentar a los luchadores, ávidas de sangre. La frase dale el pueblo pan y
circo y lo tendrás adormecido; se hace fácil, pensar en un estadio lleno de
gente viendo un promocionado partido de fútbol.
Hora de
visitar una de las siete colinas de Roma, el fastuoso Palatino, la residencia
de los emperadores, el epicentro del Imperio Romano. Desde esta colina (una de
las siete de la ciudad) se ve una Roma diferente, pareces ver un sinnúmero de
cúpulas flotando entre las nubes y las simétricas vías. Descendemos la colina y
nos vamos al lugar donde cuenta la historia que en este lugar se fundó Roma,
estoy en el fabuloso Foro Romano. Aquí, se reunía la gente para debatir,
establecer contratos comerciales, profundas disquisiciones políticas se dieron
entre estas columnas. Aquí, estuvo el señorial Senado, el templo de Saturno.
Caminar entre sus calles es llenarse de un hálito arcano que
camina,
paralelamente, con mis nuevos pensamientos junto a los de otras personas que
aquí desarrollaron sus vidas. La noche está llegando hora de ir por la cena y
recuperar fuerzas. Mañana vamos a otro país “El Vaticano”.
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