viernes, 30 de septiembre de 2022

 

MARBELLA

Colgaron una foto en el Facebook, al verla, una explosión neuronal destella en mi cerebro; allí, donde están los recuerdos que muerden, laceran, rasgan mi tranquilidad y sosiego. Un antiquísimo sentimiento, latente en su eterna vivacidad vuelve a correr por mi sangre, viralizándola con ese acuciante dolor que envuelve al sentimiento más puro y noble que tiene un ser. Mis ojos y todo mi yo se sumergen en la imagen de aparente soledad que enfría mis latidos, mientras, un aroma del ayer da aliento al alicaído pulso que está en la lona por este golpe de emoción que llega desde la bajada de Marbella en Magdalena.

 


Me veo joven y ansioso llevando de la mano a ese eterno, bello y delicado amor, voy dando temerosos pasos para evitar que ella tropiece, mientras, que yo tiemblo de emoción. Aún, no concibo la idea que ella ya sea mi enamorada, recuerdo cuando la vi por primera vez, mamá me había mandado a hacer un pago al centro comercial iba de mala gana, porque, tenía que dejar la comodidad de mi cama. Cuando, en eso, pasó en su bicicleta, el aire cambió de sentido y yo perdí el mío. Nunca había visto a alguien tan hermosa, su rostro es divino y su mirada ¡Dios! No puedo describirla, pero, la tengo fija en lo más profundo de mí, sigue sonriendo en el tiempo de mis recuerdos con esa dulzura e inocencia que nunca más se volverá a dar. Con su imagen impresa en todo mi ser la volví a ver, otro día, en el supermercado, estaba en el área de las frutas y como si alguien me pasara la voz giro la cabeza hacia la izquierda y la vi parada allí, a mi lado. El destello de su cara y hasta de la gargantilla azul que lleva me sonríe. Y, solo a mí, se me ocurre jugar con las chirimoyas que tenía en mis manos. Su suave risa me embarcó en un mar de emociones que no conocía, pero, cuando cayeron sus pestañas, los mangos rodaron por el piso. En la siguiente oportunidad estaba lleno de arrestos esperando, ansioso, una oportunidad, esta llegó algo complicada. Estábamos en la esquina de la casa de su tía, allí, nos reuníamos una treintena de chicos y muchachas para jugar y conversar. Ella tenía que regresar a su casa que estaba en otro barrio y entre toda la muchachada se corrió la voz que estaban buscando un taxi. Ese, era el momento, me ofrecí a llevar claro, no tenía siquiera licencia de conducir, tampoco el permiso de papá para usar su carro; pero tenía todo el atrevimiento de llevarla conmigo en un impensado paseo, solo con ella, parecía que el cielo me abría sus puertasSalí corriendo hasta mi casa, sabía que a esta hora mi papá estaba haciendo su siesta, como pude subí las gradas y me acerqué a su dormitorio, sin hacer ruido. Su respiración me avisaba que estaba bien dormido, gateando me acerqué a su mesa de noche y agarré las llaves del Volkswagen y de salto en salto ya estaba desenganchando el carro para avanzar hasta la esquina y, ahí, recién lo arranqué. Mi alegría se hizo terrible mueca cuando veo a Toño muy seguro y sonriente junto a su carro, un Malibú rojo, él, también, quería llevarla. Se armó el revuelo, toda la muchachada hizo bulla y hasta apuestas por ver, cuál de los dos la llevaría. Tanto, fue el laberinto que salió “Apetita” la abuelita de ella. La recuerdo clarito, a pesar del tiempo, su rostro lindo y dulce se puso brava y calló a todos. Salomónicamente, definió el asunto de la siguiente manera.

Él la va a llevar, porque, se ofreció primero me señaló. Mi corazón estaba por los cielos.

Pero, yo voy a ir con ellos Añadió, las carcajadas fueron el corolario para tremenda decisión. Subimos al Volkswagen junto a la tía Bichita que, también, fue con nosotros. Mientras conducía trataba de verla, porque, la sentaron atrás. Ya en la puerta de su casa conocí a su mami, una señora de porte aristocrático y de serena belleza, escuchó las explicaciones de Apetita, mientras, me auscultaba y me agradeció; con su mirada, diría que, casi, me dio su venia para llegar a la casa. Esta vez, al despedirme de ella nuestras miradas fueron diferentes, habíamos transitado el mismo sendero, nos estábamos conociendo y juraría que una alegría diferente pintaba el esbozo de sus inocentes labios. Emergía un sendero que iba a ser, solo, para los dos. Ya estaba obscureciendo había que retornar, alcancé a ver el nombre de la quinta decía con letras en altorrelieve de color blanco “Raizla”. Al regreso, pensaba en la cara de mi papá cuando no viera estacionado su carro, no podía imaginar una excusa para explicar, por qué, me llevé su carro, nada importaba, cualquier castigo sería nada. Yo estaba saboreando la miel del camino que había iniciado para seguir viéndola y, ese, era otro tema. Había que desplegar todo un plan logístico para hablar con ella; en su casa no tenían teléfono, entonces, tenía que llamar a casa de su vecina, esperar a que la llamen y se acerque al teléfono; mientras, yo rezaba mentalmente que acepte la llamada repasaba por onceava vez mi discurso. Cuando llegaba el fin de semana, el cielo se volvía esplendente, porque, iba a verla. Para eso tenía que subir a dos buses de ida y otros dos de regreso, todo un presupuesto que debía cubrir con mi trabajo de fin de semana vendía y cargaba los balones de gas para las cocinas. Tenía que extremar mis movimientos y no romper ninguna de las cuatrocientas cuarentaicuatro reglas que hay en casa, me quedaría sin permiso para ir tan lejos como si el amor supiera de distancias, menos, causar las quejas de alguna de mis hermanitas, no podría molestarlas; eso, podría ser el final de mis pretendidos anhelos. Fue la época donde no pude resistirme a hacer algún mandado a mamá ahora, que lo veo así, fue por uno de sus encargos que la pude conocer, cosas de la vida, mami, te debo… una más No podía dejar de ir a verla, podría significar el olvido o lo que es peor, otro podría estar cerca de ella.

 

La bajada de Marbella, fijo la mirada; es la misma por donde bajé con ella, tomados de la mano sentí su total confianza; ni siquiera se fijaba por donde pisaba, solo, seguía mis pasos. Es una bajada de ensueño, el color de la tierra reflejó el arrebol de una bella faz que, aún, atesoro. Íbamos de la mano, la tenía y no podía creerlo. Transpira mi mano, me da vergüenza, la llevo hacia las barandas blancas hechas con pequeños troncos, trémulo la tomo por la cintura; la miel de sus ojos hace que naufrague en su mirada. La delicadeza de su faz son pétalos de flores que desnudan su juvenil tersura. La ráfaga del envidioso viento hace que su hermosa cabellera cubra su rostro, aun así, sus ojos me miraron, nunca, nadie me miró así.

 

Un respiro, mientras, las inexistentes gotas de un frío sudor en mi frente reaparecen. El mundo comienza a girar al revés, no puedo detenerlo los segundos se hacen suspiros, transpira la emoción y llego, otra vez, a la Quinta Raizla. Es sábado por la noche fines del mes de primavera, me ha invitado a su fiesta, conforme avanzo por el pasillo la música trae la efervescencia que nace de un encuentro en caída detenida. Verla es difuminar el universo, palpitar asido por la seda de sus pestañas que me aprisionan con su enajenante sublime inocencia. El embeleso se hace daga y atraviesa mi lozano corazón. Veo su núbil faz emergiendo entre las brumas del tiempo, es diáspora en todo su esplendor, llora mi pulso anterior. Extiendo mi mano para bailar el “rock lento”. Su belleza talla éxtasis de arcano delirio, sus brazos en mi cuello son sutiles caricias desconocidas, hacen que me vea como el intrépido cazador que ha sido alcanzado por el vuelo musical. Un pájaro azul rasga guitarra en nuevo son, el roce de su ala quiebra mi cordura y hunde mi razón. Su sonrisa de cristal es finura que el pájaro azul tejió con notas de una balada que nos unió, con ritmo lento los estambres hilaron la trama que oprime y mata. Será tanto el dolor que desfallecer con pasión es la razón. Desbocados corazones danzan en explosión de juventud, las notas de acetato acercan respiros, se abrazan los ojos. El vuelo del pájaro azul urdió estambres de amor. En la penumbra de una expectante esquina hice la pregunta de rigor ¿Quieres ser mi enamorada? Con su respuesta comprendí que un 99% de posibilidades lo es todo y es nada. Viví ahogadas y vacilantes horas, días que eran obscuros desiertos de sentido; todo para que la luminosidad, su luz, pintara con nuevos colores mi inquieta vida.

 

La fantasía había nacido y mi corazón la tenía ceñida a mi pasión. Un Cristo se desbocó por el acantilado de nuestra loca pasión. Destella amor de otro mundo, las barandas blancas dejan las marcas al sostener su espalda mientras la abrazo y detienen el impulso de lanzarse al acantilado de nuevas emociones. El mar ruge, se mueren noventa y nueve soles en anaranjado adiós. Fueron más de veinte cuadras que caminamos para darnos un beso, pero, qué beso. Me vestí con tu nombre, estuviste en mí como yo en ti. Mi ser escapó por mis ojos para anidar en tu tierno claustro, dejé de ser yo, al saber de ti. Moraste en mí y otro fui yo. Al evocar nuestro juvenil beso brama un mar celoso por aquella caricia que se perdió en la bruma y se insertó en los microsurcos de un vinilo; una voz recita, imagina, un poema escrito con pulso audaz en amarillento papel que guarda los garabatos que enloquecieron con tu mirada. Fue un largo sendero por unos besos que lo fueron todo. Me vestí con tu nombre, estuviste en mí como yo en ti. La bruma gana mis recuerdos que se hacen sueños, pero, aún, alcanzo a escuchar.

No me presiones tan fuerte, no me voy a ir. Dijiste, con tu tierna voz. Mi mano atenazaba la tuya. Al soltarla, me perdí, porque, te fuiste.

 

Un beso que se hacen miles y que, todavía, los siento en cada evocación; tu suspiro se estremeció al conocer nueva pasión. El mar se escondió entre los pliegues del asombro y el vacío se inundó de un naciente amor que se tornó en insondable océano de pasión. Cayeron las fortalezas de nuestros íntimos mundos, se abrieron las puertas de la conciencia y nos amistamos con el inconsciente. Dos mundos se hicieron multiversos. Jamás, volvería a darse algo igual, el momento se hizo eterno; así como, el pertinaz recuerdo que me busca y asedia. El viejo sol que tanto vio se acobardó ante los nuevos soles que comenzaron a navegar y tuvo que declinar. Vivimos nuestro momento, no se necesita más, aunque, lo que reste de vida no estemos juntos. Separados, tampoco, estaremos.


 

 



 

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