MARBELLA
Colgaron
una foto en el Facebook, al verla, una explosión neuronal destella en mi
cerebro; allí, donde están los recuerdos que muerden, laceran, rasgan mi
tranquilidad y sosiego. Un antiquísimo sentimiento, latente en su eterna
vivacidad vuelve a correr por mi sangre, viralizándola con ese acuciante dolor que envuelve al sentimiento más
puro y noble que tiene un ser. Mis ojos y todo mi yo se sumergen en la imagen de
aparente soledad que enfría mis latidos, mientras, un aroma del ayer da aliento
al alicaído pulso que está en la lona por este golpe de emoción que llega desde
la bajada de Marbella en Magdalena.
Me veo
joven y ansioso llevando de la mano a ese eterno, bello y delicado amor, voy
dando temerosos pasos para evitar que ella tropiece, mientras, que yo tiemblo
de emoción. Aún, no concibo la idea que ella ya sea mi enamorada, recuerdo
cuando la vi por primera vez, mamá me había mandado a hacer un pago al centro
comercial iba de mala gana, porque, tenía que dejar la comodidad de mi cama.
Cuando, en eso, pasó en su bicicleta, el aire cambió de sentido y yo perdí el
mío. Nunca había visto a alguien tan hermosa, su rostro es divino y su mirada
¡Dios! No puedo describirla, pero, la tengo fija en lo más profundo de mí,
sigue sonriendo en el tiempo de mis recuerdos con esa dulzura e inocencia que
nunca más se volverá a dar. Con su imagen impresa en todo mi ser la volví a ver,
otro día, en el supermercado, estaba en el área de las frutas y como si alguien
me pasara la voz giro la cabeza hacia la izquierda y la vi parada allí, a mi
lado. El destello de su cara y hasta de la gargantilla azul que lleva me sonríe.
Y, solo a mí, se me ocurre jugar con las
chirimoyas que tenía en mis manos. Su suave risa me embarcó en un mar de
emociones que no conocía, pero, cuando cayeron sus pestañas, los mangos rodaron
por el piso. En la siguiente oportunidad estaba lleno de arrestos esperando,
ansioso, una oportunidad, esta llegó algo complicada. Estábamos en la esquina
de la casa de su tía, allí, nos reuníamos una treintena de chicos y muchachas
para jugar y conversar. Ella tenía que regresar a su casa que estaba en otro
barrio y entre toda la muchachada se corrió la voz que estaban buscando un
taxi. Ese, era el momento, me ofrecí a llevar —claro, no tenía siquiera licencia de conducir, tampoco
el permiso de papá para usar su carro; pero tenía todo el atrevimiento de
llevarla conmigo en un impensado paseo, solo con ella, parecía que el cielo me
abría sus puertas— Salí corriendo hasta mi casa,
sabía que a esta hora mi papá estaba haciendo su siesta, como pude subí las
gradas y me acerqué a su dormitorio, sin hacer ruido. Su respiración me avisaba
que estaba bien dormido, gateando me acerqué a su mesa de noche y agarré las
llaves del Volkswagen y de salto en salto ya estaba desenganchando el carro
para avanzar hasta la esquina y, ahí, recién lo
arranqué. Mi alegría se hizo terrible mueca cuando veo a Toño muy seguro
y sonriente junto a su carro, un Malibú rojo, él, también, quería llevarla. Se
armó el revuelo, toda la muchachada hizo bulla y hasta apuestas por ver, cuál
de los dos la llevaría. Tanto, fue el laberinto que salió “Apetita” la abuelita
de ella. La recuerdo clarito, a pesar del tiempo, su rostro lindo y dulce se
puso brava y calló a todos. Salomónicamente, definió el asunto de la siguiente
manera.
—Él la va a llevar, porque, se
ofreció primero —me señaló. Mi corazón estaba por
los cielos.
—Pero, yo voy a ir con ellos —Añadió, las carcajadas fueron el corolario para
tremenda decisión. Subimos al Volkswagen junto a la tía Bichita que, también,
fue con nosotros. Mientras conducía trataba de verla, porque, la sentaron
atrás. Ya en la puerta de su casa conocí a su mami, una señora de porte
aristocrático y de serena belleza, escuchó las explicaciones de Apetita,
mientras, me auscultaba y me agradeció; con su mirada, diría que, casi, me dio
su venia para llegar a la casa. Esta vez, al despedirme de ella nuestras miradas
fueron diferentes, habíamos transitado el mismo sendero, nos estábamos
conociendo y juraría que una alegría diferente pintaba el esbozo de sus
inocentes labios. Emergía un sendero que iba a ser, solo, para los dos. Ya
estaba obscureciendo había que retornar, alcancé a ver el nombre de la quinta
decía con letras en altorrelieve de color blanco “Raizla”. Al regreso, pensaba
en la cara de mi papá cuando no viera estacionado su carro, no podía imaginar
una excusa para explicar, por qué, me llevé su carro, nada importaba, cualquier
castigo sería nada. Yo estaba saboreando la miel del camino que había iniciado
para seguir viéndola y, ese, era otro tema. Había que desplegar todo un plan
logístico para hablar con ella; en su casa no tenían teléfono, entonces, tenía
que llamar a casa de su vecina, esperar a que la llamen y se acerque al
teléfono; mientras, yo rezaba mentalmente que acepte la llamada repasaba por
onceava vez mi discurso. Cuando llegaba el fin de semana, el cielo se volvía
esplendente, porque, iba a verla. Para eso tenía que subir a dos buses de ida y
otros dos de regreso, todo un presupuesto que debía cubrir con mi trabajo de
fin de semana vendía y cargaba los balones de gas para las cocinas. Tenía que
extremar mis movimientos y no romper ninguna de las cuatrocientas
cuarentaicuatro reglas que hay en casa, me quedaría sin permiso para ir tan
lejos —como si el amor supiera de
distancias—, menos, causar las quejas de
alguna de mis hermanitas, no podría molestarlas; eso, podría ser el final de
mis pretendidos anhelos. Fue la época donde no pude resistirme a hacer algún
mandado a mamá —ahora, que lo veo así, fue por
uno de sus encargos que la pude conocer, cosas de la vida, mami, te debo… una
más— No podía dejar de ir a verla,
podría significar el olvido o lo que es peor, otro podría estar cerca de ella.
La bajada
de Marbella, fijo la mirada; es la misma por donde bajé con ella, tomados de la
mano sentí su total confianza; ni siquiera se fijaba por donde pisaba, solo,
seguía mis pasos. Es una bajada de ensueño, el color de la tierra reflejó el
arrebol de una bella faz que, aún, atesoro. Íbamos de la mano, la tenía y no
podía creerlo. Transpira mi mano, me da vergüenza, la llevo hacia las barandas
blancas hechas con pequeños troncos, trémulo la tomo por la cintura; la miel de
sus ojos hace que naufrague en su mirada. La delicadeza de su faz son pétalos
de flores que desnudan su juvenil tersura. La ráfaga del envidioso viento hace
que su hermosa cabellera cubra su rostro, aun así, sus
ojos me miraron, nunca, nadie me miró así.
Un respiro, mientras, las inexistentes gotas de un frío sudor en mi frente
reaparecen. El mundo comienza a girar al revés, no puedo detenerlo los segundos
se hacen suspiros, transpira la emoción y llego, otra vez, a la Quinta Raizla.
Es sábado por la noche fines del mes de primavera, me ha invitado a su fiesta,
conforme avanzo por el pasillo la música trae la efervescencia que nace de un
encuentro en caída detenida. Verla es difuminar el universo, palpitar asido por
la seda de sus pestañas que me aprisionan con su enajenante sublime inocencia.
El embeleso se hace daga y atraviesa mi lozano corazón. Veo su núbil faz
emergiendo entre las brumas del tiempo, es diáspora en todo su esplendor, llora
mi pulso anterior. Extiendo mi mano para bailar el “rock lento”. Su belleza
talla éxtasis de arcano delirio, sus brazos en mi cuello son sutiles caricias
desconocidas, hacen que me vea como el intrépido cazador que ha sido alcanzado
por el vuelo musical. Un pájaro azul rasga guitarra en nuevo son, el roce de su
ala quiebra mi cordura y hunde mi razón. Su sonrisa de cristal es finura que el
pájaro azul tejió con notas de una balada que nos unió, con ritmo lento los
estambres hilaron la trama que oprime y mata. Será tanto el dolor que
desfallecer con pasión es la razón. Desbocados corazones danzan en explosión de
juventud, las notas de acetato acercan respiros, se abrazan los ojos. El vuelo
del pájaro azul urdió estambres de amor. En la penumbra de una expectante
esquina hice la pregunta de rigor ¿Quieres ser mi enamorada? Con su respuesta
comprendí que un 99% de posibilidades lo es todo y es nada. Viví ahogadas y
vacilantes horas, días que eran obscuros desiertos de sentido; todo para que la
luminosidad, su luz, pintara con nuevos colores mi inquieta vida.
La fantasía había nacido y mi corazón la tenía ceñida a mi pasión. Un Cristo
se desbocó por el acantilado de nuestra loca pasión. Destella amor de otro
mundo, las barandas blancas dejan las marcas al sostener su espalda mientras la
abrazo y detienen el impulso de lanzarse al acantilado de nuevas emociones. El
mar ruge, se mueren noventa y nueve soles en anaranjado adiós. Fueron más de veinte cuadras que caminamos para darnos
un beso, pero, qué beso. Me vestí con tu nombre, estuviste en mí como yo en ti.
Mi ser escapó por mis ojos para anidar en tu tierno claustro, dejé de ser yo,
al saber de ti. Moraste en mí y otro fui yo. Al evocar nuestro juvenil beso
brama un mar celoso por aquella caricia que se perdió en la bruma y se insertó
en los microsurcos de un vinilo; una voz recita, imagina, un poema escrito con
pulso audaz en amarillento papel que guarda los garabatos que enloquecieron con
tu mirada. Fue un largo sendero por unos besos que lo fueron todo. Me vestí con
tu nombre, estuviste en mí como yo en ti. La bruma gana mis recuerdos que se
hacen sueños, pero, aún, alcanzo a escuchar.
—No me presiones tan fuerte, no me voy
a ir. —Dijiste, con tu tierna voz. Mi mano
atenazaba la tuya. Al soltarla, me perdí, porque, te fuiste.
Un beso que se hacen miles y que, todavía, los siento en cada evocación;
tu suspiro se estremeció al conocer nueva pasión. El mar se escondió entre los
pliegues del asombro y el vacío se inundó de un naciente amor que se tornó en insondable
océano de pasión. Cayeron las fortalezas de nuestros íntimos mundos, se
abrieron las puertas de la conciencia y nos amistamos con el inconsciente. Dos
mundos se hicieron multiversos. Jamás, volvería a darse algo igual, el momento
se hizo eterno; así como, el pertinaz recuerdo que me busca y asedia. El viejo
sol que tanto vio se acobardó ante los nuevos soles que comenzaron a navegar y
tuvo que declinar. Vivimos nuestro momento, no se necesita más, aunque, lo que
reste de vida no estemos juntos. Separados, tampoco, estaremos.
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