FILOSOFÍA DE UNA PEPA DE AGUAJE
Hoy es 26 de noviembre. Lo
sé.
Sé también —como cualquier melómano de buena memoria— que el famoso concierto The
Beatles en la azotea fue un frío día de enero. Pero ¿a quién le importa? La
memoria tiene sus propias estaciones, y hoy, extrañamente, decidió abrirme la
puerta de 1969 como si fuera una habitación sin calendario. Y ahí estaba: mi
Yurimaguas intacta, mi pepa rodando, y los Beatles tocando atemporalmente, como
siempre que algo esencial se filtra en mi alma.
La calle de aquel año tenía la
manía de desafinar con estilo. Blanca, amplia, con su aire de escenario
improvisado, con el sol dando botes en la pista me esperaba como quien afina
guitarras invisibles. Yo, niño flaco con camisa clara y zapatos demasiado
formales, me paraba en medio de su anchura con la solemnidad ingenua de quien
no sabe que está siendo observado por la historia —y peor aún, por la calle,
que tenía más ironía que Lennon un miércoles por la mañana.
La pepa del aguaje rodaba con un
swing improbable. Rebotaba como si hubiera escuchado a McCartney en secreto. Yo
la pateé, por supuesto. A esa edad patear es la forma más pura de decir “estoy
vivo”. La pepa salió disparada, describiendo un giro tan absurdo que Lennon
habría sonreído con media boca diciendo:
“Reality leaves a lot to the imagination… y esa pepa también.”
La calle, esa eterna mánager sin
sueldo, soltó un crujido que bien pudo ser una risa. Ella sabía —siempre supo—
que yo creía dirigir la escena, cuando era ella quien llevaba el tempo. Me
dejaba avanzar, corregía mis pasos, desviaba la pepa con malicia. Todo con un
ritmo secreto, como si tarareara “Come Together” antes de que yo supiera lo que
era un acorde.
Mientras tanto, en ese enero
lejano, cuatro muchachos tocaban sobre una azotea sin pensar que el mundo los
escucharía medio siglo después. Sin anuncios. Sin artificio. La belleza pura de
lo casual. Y aquí estoy yo, en este 26 de noviembre cualquiera, recordándolos, porque
una pepa decidió aparecer en mi memoria como un “riff” de guitarra inesperado.
La foto de aquel niño en medio de la calle —yo sin saber que
sería yo— tiene esa quietud engañosa de los momentos previos a una canción.
Está parado con una seriedad casi cómica, como si la vida le hubiera dicho:
“Prepárate, muchacho. Aquí viene el primer acorde.”
Hoy, en el atardecer amable de
los años, entiendo: no importa cuándo ocurrieron las cosas, sino cuándo
regresan a tocar en nuestro pecho. A veces, vuelven un enero; a veces un 26 de
noviembre. A veces, vuelven como Beatles en la azotea. A veces, como una pepa
que rueda con ironía amazónica.
La pepa desapareció.
La calle siguió cantando.
Y yo, que antes no entendía nada, hoy escucho su lección con claridad beatle:
El tiempo es un escenario sin fechas.
Los recuerdos afinan cuando quieren.
Y la vida —con ese humor de Johnn— te sorprende en cualquier día del
calendario.


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