jueves, 20 de noviembre de 2025

EL VOLCÁN CELOSO (Callejero 01)


La ventana enmarcada por rejas de hierro era el único ojo del callejero. El sillar blanco de la pared, poroso y eterno, ya no era solo la materia prima de Arequipa; era su prisión. Quedó atrapado la mañana que la vio, la Dama de Sillar, cuya belleza sobrenatural se escondía tras el cristal. Sus ojos, profundos como pozos de obsidiana volcánica, lo atravesaron con una mirada que parecía conocer todos los secretos del mundo. Su cabellera negra caía como una cascada de sombras líquidas sobre sus hombros, contrastando con la palidez luminosa de su rostro. Y su figura, esbelta y perfecta como las columnas de los antiguos templos, se recortaba contra la penumbra de la habitación con una elegancia que no parecía de este mundo. Sus magníficas luces, las del sol místico que solo brilla en esta ciudad, eran ahora el único paisaje de su confinamiento.

Ella, sin saberlo, era el anzuelo del poderoso Volcán Misti, el guardián de la ciudad junto a sus hermanos. Una antigua maldición la rodeaba como un velo invisible: quien osara amarla quedaría cautivo para siempre, su alma sellada en el sillar blanco que construyó la ciudad.

El callejero, ajeno a maldiciones, pero encandilado por la blanca urbe, firmó su destino al verla. Cada noche, cuando las sombras se alargaban y el Misti vigilaba en silencio, él regresaba. Noche tras noche, al pie de la ventana, recitaba poemas nacidos de la mágica campiña: tan profundos como las entrañas volcánicas de la ciudad, con una tesitura rítmica como los cuentos que va deshilando el Chili en cada recodo, y tan luminosos como el sol único que lo había cegado. Y ella, detrás del cristal, lo escuchaba inmóvil. A veces, una lágrima silenciosa rodaba por su mejilla. Otras, sus dedos rozaban el vidrio como queriendo atravesarlo. Pero, las rejas permanecían infranqueables, y la distancia entre ambos, eterna.

Una noche, aun sabiendo que su vida estaba en juego, recitó su última ofrenda. Sus palabras temblaban de desesperación y anhelo. La Dama de Sillar, conmovida hasta las lágrimas, sintió cómo la maldición apretaba su pecho como garras invisibles. Intentó resistirse para salvarlo. Gritó en silencio, luchó contra las fuerzas que la ataban. Pero, fue en vano. El callejero, con un último acto de amor absoluto, sabiendo que moriría, pero que en ella viviría su gesto eterno, se arrancó el corazón y en él leyó su poema final.

Las palabras brotaron de su sangre, escritas en un lenguaje antiguo que solo el amor conoce.

Ella ya no se resistió. En un instante que detuvo el tiempo, su alma se entregó a la de él. Sus ojos de obsidiana se encontraron con los suyos por última vez, y en esa mirada habitó todo lo que nunca pudieron vivir juntos. Fue una intimidad que trascendió el cristal, las pesadas rejas, y el sillar. Su cabellera pareció flotar en el aire como si una brisa imposible la meciera, y su figura se fundió con la noche, sellando para siempre su destino con el de él.

Por eso, si caminas despacio por la calle, acércate a esta ventana. Quizás, al pegar tu oído a la piedra blanca, escuches aún el susurro eterno de un poema de amor que quedó atrapado para siempre en el corazón del sillar. Y si miras con atención, en las noches de luna llena, podrás ver la silueta de una mujer de ojos profundos y cabellera infinita, esperando todavía detrás del cristal.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

LAS HOJAS QUE AÚN ME QUEDAN POR ESCRIBIR (46)

LAS HOJAS QUE AÚN ME QUEDAN POR ESCRIBIR En la escuela primaria hubo un cuaderno que siempre me produjo un leve temblor en las manos: el d...