CONVERSANDO CON EL SOSIEGO
Emilio
llega a casa exhausto. El tráfico, facturas por cobrar, las noticias —huelgas,
asesinatos, extorsiones, delincuencia— le pesan como un saco invisible. Arequipa
ruge allá afuera, pero él solo quiere silencio. Apaga la televisión, deja el
celular a un lado, y se sienta en la penumbra del comedor. Por primera vez en
días, no quiere oír nada: ni reclamos, ni quejas, ni su propio pensamiento
corriendo detrás del reloj.
Al
principio, el ruido interno no se detiene. Su mente sigue girando como un
ventilador encendido: cuentas, trabajo, hijos. Pero, poco a poco, “el silencio que
ha elegido” empieza a hacer su trabajo. Dentro de su cerebro, el sistema de
alerta baja la guardia; la corteza prefrontal —el centro que gobierna la razón
y las decisiones— recupera el timón. El cuerpo se aquieta, la respiración se
vuelve más lenta. Desde la neurociencia, se sabe que el silencio no apaga el
cerebro: lo reorganiza. Archiva emociones, cierra pensamientos pendientes,
integra lo vivido. Es como si alguien ordenara el escritorio mental sin mover
un dedo.
Para
la filosofía, este instante tiene otro nombre: regreso al ser. Los estoicos lo
entendían como un acto de dominio interior; los orientales, como el inicio de
la conciencia plena. Heidegger decía que solo cuando el habla se detiene, el
pensamiento puede ser auténtico. Emilio no lo sabe, pero en ese silencio está
ejercitando su libertad: deja de reaccionar y empieza a comprender.
La
antropología también lo explica. Desde los primeros pueblos, el ser humano ha
buscado lugares de quietud para escucharse: el chamán en la cueva, el sabio en
la montaña, el campesino frente a su cultivo. Hoy, en su casa mistiana, él
repite ese mismo gesto ancestral. El silencio se convierte en su refugio.
De
pronto, siente algo distinto. Menos ruido interno, más claridad. Ya no todo
parece urgente. El cuerpo se aligera. En esa calma descubre que el mundo
exterior —tan convulso y caótico— refleja lo que sucede dentro. Cuando hay
desorden interior, el entorno se amplifica; cuando hay serenidad, todo se
vuelve más nítido.
No
es magia ni mística. Es biología haciendo espacio, filosofía volviendo al
cuerpo, antropología recordando el origen. En ese instante callado, Emilio, por
fin, no huye de su vida: la mira de frente, la comprende y, en silencio,
empieza a habitarla.

No hay comentarios:
Publicar un comentario