jueves, 27 de noviembre de 2025

CONVERSANDO CON EL SOSIEGO (44)

 CONVERSANDO CON EL SOSIEGO




Emilio llega a casa exhausto. El tráfico, facturas por cobrar, las noticias —huelgas, asesinatos, extorsiones, delincuencia— le pesan como un saco invisible. Arequipa ruge allá afuera, pero él solo quiere silencio. Apaga la televisión, deja el celular a un lado, y se sienta en la penumbra del comedor. Por primera vez en días, no quiere oír nada: ni reclamos, ni quejas, ni su propio pensamiento corriendo detrás del reloj.

Al principio, el ruido interno no se detiene. Su mente sigue girando como un ventilador encendido: cuentas, trabajo, hijos. Pero, poco a poco, “el silencio que ha elegido” empieza a hacer su trabajo. Dentro de su cerebro, el sistema de alerta baja la guardia; la corteza prefrontal —el centro que gobierna la razón y las decisiones— recupera el timón. El cuerpo se aquieta, la respiración se vuelve más lenta. Desde la neurociencia, se sabe que el silencio no apaga el cerebro: lo reorganiza. Archiva emociones, cierra pensamientos pendientes, integra lo vivido. Es como si alguien ordenara el escritorio mental sin mover un dedo.

Para la filosofía, este instante tiene otro nombre: regreso al ser. Los estoicos lo entendían como un acto de dominio interior; los orientales, como el inicio de la conciencia plena. Heidegger decía que solo cuando el habla se detiene, el pensamiento puede ser auténtico. Emilio no lo sabe, pero en ese silencio está ejercitando su libertad: deja de reaccionar y empieza a comprender.

La antropología también lo explica. Desde los primeros pueblos, el ser humano ha buscado lugares de quietud para escucharse: el chamán en la cueva, el sabio en la montaña, el campesino frente a su cultivo. Hoy, en su casa mistiana, él repite ese mismo gesto ancestral. El silencio se convierte en su refugio.

De pronto, siente algo distinto. Menos ruido interno, más claridad. Ya no todo parece urgente. El cuerpo se aligera. En esa calma descubre que el mundo exterior —tan convulso y caótico— refleja lo que sucede dentro. Cuando hay desorden interior, el entorno se amplifica; cuando hay serenidad, todo se vuelve más nítido.

No es magia ni mística. Es biología haciendo espacio, filosofía volviendo al cuerpo, antropología recordando el origen. En ese instante callado, Emilio, por fin, no huye de su vida: la mira de frente, la comprende y, en silencio, empieza a habitarla.

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